Roosevelt y Churchill firman la Carta del Atlántico

En los momentos más difíciles de la guerra para Gran Bretaña, meses antes de que Estados Unidos entrara en la lucha como combatiente, en agosto de 1941 el presidente Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill celebraron una conferencia para establecer la conducta de sus respectivos países después de la guerra. La reunión de ambos estadistas se celebró en pleno océano Atlántico, a bordo del acorazado Missouri, como símbolo de que las decisiones que debían tomarse no estarían supeditadas a los intereses de sus respectivos países, sino a las necesidades del mundo de posguerra, considerando, entonces, que la solución de los problemas internacionales así lo exigiría.

La entrevista de los dos mandatarios fue rodeada por el más absoluto secreto, ya que era necesario evitar que el espionaje enemigo pudiera enterarse del lugar donde se realizaría y preparar algún ataque o atentado que pusiera en peligro la vida de ambos estadistas. Tanto la muerte de Churchill como la de Roosevelt hubiera sido un golpe terrible para el desarrollo de las operaciones de los aliados, pues si bien es cierto que a los soldados cabe el papel de combatir, en los gobernantes descansa el peso de la responsabilidad social y, además, son ellos los que guían en sentido político las guerras.

Aunque la marcha de las operaciones favorecía en ese momento al Eje, ambos jefes, seguros del triunfo de su causa, acordaron que, una vez obtenida la victoria, los países vencedores no perseguirían aumentos de territorio, ni permitirían cambios territoriales que no fueran sancionados por el libre consentimiento de los pueblos interesados; respetarían las formas de gobierno libremente elegidas por los ciudadanos; permitirían a todos los países, grandes o pequeños, vencedores o vencidos, libre acceso a las materias primas y a los mercados necesarios para asegurar su prosperidad; tratarían de lograr la colaboración de todas las naciones para mantener la paz, elevar el nivel de vida colectivo, asegurar la libertad de cualquier individuo para viajar libremente y propugnar el abandono del uso de la fuerza para arreglar litigios internacionales, para lo cual es esencial el desarme de las naciones.

Todos estos principios, bases de la democracia, fueron también suscritos por Rusia cuando, atacada por Alemania, entró en la guerra junto a los aliados. La Carta del Atlántico alentó las esperanzas de todos los pueblos oprimidos y destruyó cualquier temor que se pudiera abrigar sobre las futuras acciones de los aliados. En una palabra, esa declaración fue la respuesta de las democracias a los regímenes totalitarios.