Los rusos adoptan la táctica de "tierra arrasada"

Ante el poderoso ataque alemán, los rusos adoptaron la táctica de retirarse, pero combatiendo duramente. Es decir, que cedían sus posiciones al enemigo después de haberle presentado la más enconada resistencia. Esta lucha de desgaste, a pesar de las grandes pérdidas en hombres que causó a los rusos, retardó el avance alemán, y además las columnas enemigas, cuando lograban avanzar, lo hacían debilitadas, y cuanto más se internaban en suelo soviético, tanto menor era su poderío.

En los más críticos momentos de esta titánica lucha, el jefe del gobierno ruso, José Stalin, dio una orden dura y dramática, pero que el pueblo cumplió sin titubear: «El enemigo debe avanzar sobre cenizas; no debe encontrar una sola casa en pie; hay que recoger las cosechas o quemarlas, evacuar los animales o darles muerte». Este sin igual sacrificio fue cumplido, y así los alemanes, que abastecían sus tropas con los productos de las regiones ocupadas, se vieron obligados a traer sus provisiones de otros lugares. La represa de Dnieperpetrovsk, una de las más grandes del mundo y que costó diez años de v ingente trabajo, fue volada por los rusos, consecuentes con el plan de tierra arrasada, antes que entregarla al enemigo.

Sin embargo, parecía que esta táctica no iba a detener a los alemanes en el camino a la capital soviética.

El 2 de octubre Hitler anunció que iba a comenzar la batalla decisiva, pues según los cálculos de su Estado Mayor la resistencia rusa estaba quebrada. El objetivo era Moscú, la capital de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El mariscal von Bock dirigió el ataque contra la capital moscovita. Contaba con grandes fuerzas bien equipadas y esperaba ocupar rápidamente la ciudad, importante por razones estratégicas y políticas. Moscú es el centro de comunicaciones y la llave de la industria rusa, y además la capital política del país. Ambos motivos hacían que su posesión fuera importantísima.