La hora de la heroica decisión: "Nunca nos rendiremos"

En Dunkerque, la fuerza expedicionaria inglesa se había salvado, pero no así su equipo, que no pudo ser evacuado. El ejército bien pertrechado de que podía disponer Gran Bretaña era insignificante, y la aviación muy débil en comparación con la alemana, reforzada con la italiana. Las posibilidades de defensa eran escasas, y los alemanes agrupaban todos sus efectivos en los puertos de Francia y demás países por ellos conquistados. Estos puertos, llamados de invasión, eran el lugar de donde debían partir las fuerzas encargadas de la conquista de Gran Bretaña.

Mas los alemanes tenían un plan sistemático, y antes de intentar el salto del canal de la Mancha se dedicaron a consolidar sus conquistas. Esta demora fue la llave de la fortaleza británica. De día y de noche se trabajó para la defensa; rota la apatía de los primeros días de la guerra, los ciudadanos -hombres y mujeres- se volcaron en las fábricas, recibieron instrucción militar en sus horas libres, y así se prepararon para la victoria o la lucha hasta el fin.

Un hombre se consagró en esos momentos como el gran organizador, el que levantó los espíritus y supo empuñar firmemente el timón de los destinos del Imperio: Winston Churchill. Había asumido el cargo de primer ministro el 7 de mayo de 1940, y siempre se opuso a la política de apaciguamiento de sus antecesores, que tan funestos resultados estaba dando. En uno de sus célebres discursos dijo: «Nuevamente nos mostraremos capaces de defender solos esta isla, que es nuestro hogar, y si es necesario, durante largos años; nunca nos rendiremos». Y ésa fue la consigna.

La pequeña tregua que para los ingleses significó la consolidación, por parte de los alemanes, de sus conquistas, terminó bruscamente el 8 de agosto de 1940. La Luftwaffe, o fuerza aérea alemana, inició el bombardeo sistemático de convoyes, fábricas y aeropuertos ingleses; también quería destruir los puertos y desorganizar las líneas de abastecimiento. Londres soportó diariamente los terribles bombardeos alemanes, hasta que éstos, ante la gran pérdida de aviones que les ocasionaba la acción de las defensas, decidieron actuar de noche. A partir del 7 de setiembre y durante cincuenta y siete noches seguidas, los londinenses debieron pernoctar en los refugios o correr el riesgo de las bombas alemanas.

A pesar de todo, los ingleses no cedieron. Firmes en sus puestos, de cualquier clase social que fueran, trabajaron para preparar la batalla final.