La de Stalingrado fue la batalla más sangrienta de la guerra ruso-germana

El Cáucaso encierra una de las mayores riquezas petroleras del mundo, y los alemanes, necesitados de combustible, habían puesto muchas esperanzas en su posesión. De ahí que sus ataques convergieran aceleradamente contra esa región. Stalingrado y Sebastopol fueron las ciudades que se opusieron a su paso. En enero de 1942 el ataque a Leningrado había sido detenido, la batalla de Moscú era también desfavorable a los germanos, y los rusos intentaron entonces levantar el cerco puesto a Sebastopol, base de la flota roja del mar Negro. Los primeros intentos para romper el cerco fueron vanos, pero el invierno favoreció a los rusos, y pronto pudieron aliviar la presión enemiga sobre ese frente. La lucha fue encarnizada, y el baluarte, defendido casamata a casamata y con terribles luchas cuerpo a cuerpo, terminó por caer en poder de los germanos. ¡Una puerta estaba abierta hacia el petróleo del Cáucaso!

Sin embargo, la resistencia rusa no cedió. Ya llegaba a ese país, en grandes convoyes, toda clase de ayuda aliada, y así la resistencia pudo convertirse en ofensivas parciales que mejoraron la situación. Para llegar a los pozos petrolíferos tan codiciados, los alemanes debieron hacer un movimiento de flanqueo, y entonces chocaron con la resistencia de Stalin-grado. Esta ciudad, uno de los mayores centros industriales de Rusia, fue objeto de quizá la más grande batalla de la guerra, y según los técnicos, la que definió la lucha ruso-germana. Stalingrado fue semicercada y los defensores, peleando casa por casa, se vieron poco a poco reducidos al barrio industrial, sobre la misma orilla del Volga. Estaban encerrados en un anillo de fuego con un curso de agua a sus espaldas continuamente vigilado por la aviación enemiga. En una pequeña zona de varias manzanas se concretó la defensa de Stalingrado. Día y noche se peleó cuerpo a cuerpo; los edificios cambiaban de mano a menudo varias veces al día, y cuando todo el mundo creyó definitiva la caída de Stalingrado y abierto el camino al petróleo del Cáucaso, se produjo lo inesperado. ¡Los defensores de Stalingrado, considerados perdidos, contraatacaban!

Al no poder abastecer a los defensores por impedirlo el patrullaje del Volga que hacía la aviación alemana, los rusos construyeron, de noche y con grandes cuidados, un puente muy singular: a diferencia de los demás puentes del mundo, no estaba sobre el nivel de las aguas, sino debajo de éstas. De tal manera, durante el día no era visible desde el aire. Cincuenta o más centímetros de agua lo ocultaban, y por la noche pasaban divisiones de caballería, infantería y tanques. Así pudieron reunir considerables fuerzas, y cuando los alemanes creían inminente la caída del baluarte, de pronto los defensores contraatacaron. Con un movimiento que los tácticos calificaron de magistral, las fuerzas rusas lograron rodear a los sitiadores. Las tropas alemanas, copadas en el área de Stalingrado, se convirtieron de sitiadoras en sitiadas, y el mariscal alemán Friedrich von Paulus debió rendirse después de ser aniquilado el grueso del 6" ejército germano. El coronel general Rokossovsky, jefe de las operaciones rusas, recibió la rendición. Stalingrado fue la batalla más sangrienta en la lucha ruso-germana; constituyó el primer gran triunfo de los aliados en la guerra última. La magnitud de la derrota la muestra el hecho de que en la misma Alemania, en lugar de restarle importancia, decretaron duelo nacional. A partir de ese momento, el desarrollo de la guerra comenzó a cambiar, favoreciendo a los aliados. Los ejércitos alemanes habían llegado a la culminación de su poderío y comenzaban a declinar; en el otro bando, por el contrario, su capacidad guerrera se acrecentaba enormemente de día en día.

Toda estabilización de la lucha favorecía a los Aliados y perjudicaba al Eje. Bien sabían esto los comandantes de ambos bandos, y por ello los alemanes procuraban atacar y los aliados mantenerse en la defensiva. La guerra adquiría un nuevo matiz.