La guerra anglo-franco-indiana. Fin del dominio francés


Es de notar ahora que, a pesar de las hostilidades comenzadas en América en 1754, se suponía que estaban en paz Francia e Inglaterra hasta que, habiéndose apoderado la primera de la isla de Menorca, una de las Baleares, en posesión de Gran Bretaña, declaró la guerra a su rival (1756); en consecuencia, entablóse en Europa una lucha que ha sido llamada la Guerra de los Siete Años. El marqués de Montcalm, nombrado general en jefe de las tropas francesas de América, consiguió importantes victorias sobre el enemigo, a pesar de los grandes preparativos hechos por éste.

Suplían los franceses con su entusiasmo la inferioridad de su número y la penuria en que se hallaban. Montcalm, por una parte, siempre nobilísimo, y el valiente Vandreuil, gobernador de Canadá, por otra, hacían prodigios do pericia y habían conseguido con su bondadoso trato captarse el más decidido apoyo de los indios. Atacados los ingleses en el fuerte de San Jorge (1757), hubieron de rendirse; la guarnición fue puesta en libertad bajo palabra de honor de no hacer armas durante año y medio.

Alarmadísima Inglaterra, a cuyo frente se hallaba a la sazón el famoso primer ministro Guillermo Pitt, y mientras suscitaba a Francia nuevos enemigos en Europa, envió contra el Canadá una flota con 16.000 hombres de desembarco, la cual fondeó a la vista de Louisbourg, capital de Cabo Bretón, en el transcurso de junio de 1758. No pudo ser más gloriosa la defensa de los franceses, pero siendo imposible continuar la resistencia, hubieron de capitular al cabo de un mes; quedaron en consecuencia, dueños los ingleses de dicha isla y la de San Juan; pérdida gravísima para Francia, puesto que de sus resultas seguía abierta la comunicación de los invasores con Canadá. Esta victoria dio gran renombre al general inglés Wolfe, a quien debía corresponder la gloria de acabar la guerra.

Mientras con tan feliz éxito peleaban en el Norte las tropas del Reino Unido, el general Abercrombie salía de Nueva York a la cabeza de numerosas fuerzas para atacar al marqués de Montcalm en sus estancias alrededor de los grandes lagos de Canadá. Prontamente cayeron en poder del agresor los fuertes de Frontenac, a orillas del Ontario, y de Duquesne, en el Ohio, de suerte que, de todas sus antiguas posesiones, sólo le quedaba a Francia el Canadá.

Reanudóse la campaña al siguiente año (1759), y mientras, a fin de distraer las fuerzas de los franceses, ocupaban sus contrarios las islas de Guadalupe, Marigalante y Deseada, en las Antillas, una poderosa escuadra remontaba el río San Lorenzo y se apoderaba de Quebec, después de una brillantísima defensa por parte de Montcalm, que murió gloriosamente en ella (18 de setiembre).

Ya sólo conservaban los franceses la plaza de Montreal, que no tardó asimismo en caer; quedaron desde entonces anexionados a Inglaterra todos los territorios franceses del continente de América del Norte, excepto las islas de Saint Pierre y Miquelón, al sur de Terranova, y la ciudad de Nueva Orleáns, a lo cual hay que agregar la cesión que hizo España de la Florida a cambio de la devolución de Filipinas y La Habana, conquistadas por Inglaterra (1763).

En consecuencia, únicamente dos potencias europeas siguieron con dominio americano. Inglaterra se adueñó de toda la mitad oriental del actual territorio de Estados Unidos y Canadá y de los países confinantes con el mar de Hudson; España ejercía su soberanía en toda la extensión al oeste del Misisipí, México, y Centro y Sudamérica, excepto el Brasil.

Inglaterra, sin duda, había vencido a Francia, pero la guerra había costado mucho dinero y los indios no cesaban en su hostilidad, de suerte que las colonias ocasionaban dispendios mucho mayores que los ingresos que producían.