Los austrias, Felipe II de España ocupa Portugal


El rey don Sebastián, hijo de Juan III y de doña Juana de Austria, era un mozo que padecía indudablemente de arrebatos de locura. Creído de que Dios le tenía predestinado para realizar la conquista de África, organizó un brillantísimo ejército y se hizo a la vela para Marruecos, a fines de junio de 1578, a pesar que su tío Felipe II trató de disuadirle. Derrotado por completo en la llanura de Alcazarquivir, desapareció en la batalla, donde seguramente halló la muerte (1578).

Como no dejó heredero directo, tuvo que empuñar el cetro su tío, el anciano cardenal Enrique, hijo tercero de Manuel el Grande. Poco vivió, y al abrir su testamento (1580), viose que disponía “le sucediese el que los jueces, conforme a justicia, declarasen por su heredero”.

Felipe II, que aspiraba a la sucesión, envió al punto un ejército al mando del duque de Alba para que ocupase el país. Iguales pretensiones abrigaba, por su parte, el prior de Ocrato, sobrino del cardenal, pero no pudo resistir a las armas de su rival, y de ahí que ciñera la corona el rey de España, que fundaba sus derechos en ser hijo de doña Isabel de Portugal. Otro pretendiente había, y era el duque de Braganza, pero éste renunció sus derechos a cambio de la concesión de la famosa orden del Toisón de Oro.

Juró solemnemente los fueros y libertades de Portugal el nuevo rey y procuró desde luego hacerse bienquisto de sus nuevos súbditos, a quienes trató con miramientos que no solía emplear con los demás reinos. Gracias a aquella anexión, pasaban al dominio de España las inmensas posesiones de Guinea, Angola, Bengala, Goa, Brasil, la costa de Malabar, las islas Molucas y de Ceilán.

Había nombrado Felipe II virrey de Portugal al lusitano Cristóbal de Moura, que gobernó con la mayor prudencia; pero no sucedió lo mismo cuando, fallecido aquel monarca, ciñó la corona de los Juanes y Alfonsos el tercer Felipe. Todo fue desde entonces desvío y corrupción, que aumentó muchísimo en tiempo de Felipe IV, entregado por completo a sus entretenimientos favoritos.

Divertíase un día corriendo toros, cuando se presentó su favorito Olivares y le dijo: -Os traigo una buena noticia, señor. El duque de Braganza se ha vuelto loco; se ha proclamado rey de Portugal y, como posee vastos estados, vais a hacer un buen negocio confiscándoselos. Felipe IV palideció y contestó: -Pues hay que arreglar eso enseguida.

Desgraciadamente para él, no se pudo arreglar. Proclamado rey don Juan IV, duque de Braganza (1640), fueron inútiles todos los intentos para recobrar el trono. Olivares, a cuya mala política se debía principalmente la pérdida, fue despedido; trató repetidas veces Felipe IV de reincorporar Portugal a España, pero sólo obtuvo derrotas hasta que, vencido por fin el ejército filipista en Montijo, noticia que acabó con la vida del monarca, quedó sólidamente asentada la Casa de Braganza.