La casa de Avis dio a Portugal talentos admirables


Obtenida dispensa de los votos que había tenido que pronunciar como gran maestre de la orden religioso-militar de Avis, Juan I casó con Felipa, hija del duque de Lancaster.

El vencedor de Aljubarrota dejó una generación de admirables talentos; de su matrimonio con Felipa nacieron Eduardo, su sucesor; Pedro, de inmensa erudición, duque de Coimbra; el inmortal don Enrique, gran maestre de la Orden de Cristo, conocido en la historia por el Navegante; Juan, gran maestre de la Orden de Santiago y la Espada; Fernando el Santo, que lo fue de la Orden de Avís; y Alfonso, digno de parangonarse en un todo con sus hermanos.

Deseoso de que sus hijos pudiesen hacerse merecedores de la insignia de las Espuelas de Oro, envió Juan I una expedición contra la plaza marroquí de Ceuta, de la cual se apoderó, y que por sucesivos tratados, pasó a poder de la corona de España; pero no es eso lo más importante, sino que la conquista de aquella guarida de piratas fue el primer paso de las expediciones al África, dirigidas desde su nido de águilas de Sagres por el infante don Enrique, que había adoptado por divisa: Voluntad de obrar bien.

Animado de los más elevados designios hizo que su canciller Juan de Regras tradujera al portugués el Código de Justiniano, como supletorio de las antiguas leyes visigóticas; estableció definitivamente su corte en Lisboa, y, a pesar de haber subido al trono de una manera que no era nada legítima, pues, en realidad, correspondía a Da. Beatriz, la esposa de Juan I de Castilla, gobernó admirablemente por espacio de cuarenta años.

Tuvo por sucesor el vencedor de Aljubarrota a su hijo Eduardo (1434), quien continuó la política de su padre; colonizó las islas descubiertas por su hermano Enrique el Navegante y continuó la guerra contra los moros, en la que sufrió cruel derrota al intentar el asalto de Tánger. Su hermano Fernando, que mandaba la expedición, cayó prisionero. Falleció como rehén al cabo de varios años de cautiverio, sin querer jamás hacer algo por su rescate, por lo cual mereció ser ensalzado y cantado con el título de el Príncipe Constante. Murió Eduardo en 1438, dejando por sucesor a un niño de siete años, Alfonso V. Nombrado un consejo de regencia, estalló por ello una guerra civil. Llegó, por fin, Alfonso V a la mayor edad, y puede resumirse su reinado diciendo que tuvo que sostener una empeñada lucha contra su ambicioso tío don Pedro; recobró a Ceuta y tomó a Arcila, por lo cual fue llamado el Africano; como esposo de doña Juana de Castilla, hija de Enrique IV, sostuvo sus derechos contra la usurpación de la tía de aquélla, Isabel la Católica, pero fue vencido en la contienda.

Largo fue su reinado (1438-1481), pues duró 43 años; mas si no alcanzó el triunfo en la guerra contra Castilla, hizo progresar, en cambio, el país de una manera admirable; fundó bibliotecas, introdujo el derecho romano, ayudó al advenimiento de la literatura clásica y dejó preparado el terreno para el feliz reinado de sus descendientes, Juan II y Manuel el Grande.

Fue Juan II un monarca emprendedor, aunque erró por no haber dado oídos a Colón cuando éste le proponía la empresa de pasar a las Indias, buscando el camino por el Oeste; si bien suponen algunos que, aprovechándose de la idea, envió una carabela, que regresó al cabo de algún tiempo sin haber encontrado nada.