Cómo se mnos presentaría la India a vuelo de pájaro


Si pudiésemos examinar el conjunto de la India a vuelo de pájaro, podríamos diferenciar en su inmensa superficie tres partes bien distintas: el Himalaya, la llanura septentrional y la península meridional. Estas tres regiones no sólo se distinguen geográficamente; también han dado a sus habitantes una fisonomía particular, que los diferencia entre ellos mismos, y los vuelve tan dispares como son en Europa los de países nórdicos y los meridionales.

Desde el punto de vista económico, el Himalaya es la parte menos importante de la India; la agricultura está allí apenas desarrollada, y los bosques cubren casi toda la extensión. En las mismas estribaciones de la montaña prevalecen los terrenos pantanosos; allí encontramos las típicas junglas, con sus impenetrables florestas de árboles gigantes, altas hierbas capaces de ocultar un hombre a caballo, cañas y gruesos bambúes, entre los que la luz solar no puede abrirse camino. Ya en la montaña florecen las plantas tropicales, helechos que parecen árboles, higueras cuyo ramaje se inclina hasta tocar el suelo y forma así especies de cabañas naturales; más alto todavía, en pleno Himalaya, aparecen los robles, los laureles, los hermosísimos rododendros con sus flores purpúreas, y el imponente deodar, también llamado árbol divino o cedro del Himalaya. En cuanto a metales preciosos, el “reino de las nieves” no parece ser muy rico, y lo mismo podemos decir del reino animal, cuyas cabras, osos y gamuzas sólo ofrecen interés para el aficionado a la caza.

La zona más rica e importante de la India es, sin duda, la dilatada llanura septentrional. Allí han transcurrido los principales episodios de la epopeya índica. Los conquistadores se sucedieron en oleadas; durante siglos llegaron desde otras regiones y sucesivamente se suplantaron. Imperios y Estados diversos florecieron y desaparecieron, y a pesar de ello la India septentrional siempre conservó su fisonomía, pues en todos los casos terminó por absorber al invasor y adaptarlo a sus costumbres.

La llanura tiene un ancho máximo de 500 kilómetros, y se va estrechando, en forma de cuña, hasta que su anchura apenas queda reducida a 150 kilómetros. A la vista del viajero el paisaje se despliega siempre igual, con interminables plantaciones y labrantíos. Al oeste del Ganges, y en la estación seca, que dura casi la mitad del año, todo se cubre de polvo, los árboles pierden sus hojas y el panorama presenta un aspecto grisáceo inconfundible. En la llanura índica diríase que no se conocen otoño, invierno, primavera y verano; las cuatro estaciones parecen reunirse en dos: de las lluvias y de la sequía. Por seis meses consecutivos llueve casi constantemente, como si una colosal catarata volcara sus aguas sobre la tierra; en los otros seis meses, el sol abrasa el suelo, seca todo, hasta que de nuevo las lluvias hacen reverdecer los campos y los bosques. Cuando comienza la estación de las lluvias, el suelo, el ambiente, todo está tan reseco, que pasan días sin notarse huellas del agua que cae y es inmediatamente absorbida. Paulatinamente el paisaje cambia, y desde el Indo hasta el Ganges, todo es un mar de verdura.