El doble gobierno del romano pontífice: el estado temporal y la iglesia universal


El poder político está centralizado en la persona del Papa: dentro de la Ciudad del Vaticano éste posee el supremo poder legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la administración del Estado está confiada a un gobernador, al que secundan oficiales menores. La administración de la justicia está en manos de un tribunal local, de suyas sentencias se puede apelar a la Sacra Romana Rota y, en última instancia, a la Signatura Apostólica. Para las relaciones con otras potencias el Papa se vale de la Secretaría de Estado; el titular de ella se asemeja en sus funciones a un ministro de Relaciones Exteriores de un estado moderno, y trata generalmente todos los asuntos que atañen a la diplomacia. Muchos de los cardenales secretarios de Estado han sido elevados al solio pontificio, entre ellos Su Santidad Pío XII.

Lo característico del Estado Vaticano, y lo que le confiere un sello único entre todos los Estados de la historia, es que su jefe, el Romano Pontífice, es además, y ante todo y primordialmente, jefe y cabeza de la Iglesia Católica, es decir: de una sociedad perfecta e independiente, de orden espiritual, cuyos límites espaciales son tan vastos como el mundo entero. Por eso, en la Ciudad del Vaticano, al lado del Papa hay toda una serie de organismos cuya misión es atender los múltiples problemas inherentes al cuidado espiritual de la grey de Cristo: las diversas Congregaciones romanas, ordinariamente presididas por un cardenal, la Sacra Penitenciaría Apostólica, que juzga los problemas de conciencia, la Sacra Romana Rota y la Signatura Apostólica se cuentan entre los principales de éstos. La jurisdicción y la competencia de cada uno de ellos se han ido codificando a través de los siglos, pero dependen, como su misma existencia, del poder supremo del Papa.