Enrique II, el regalo del papa y el crimen de la catedral


Al morir Esteban, subió al trono el hijo de Matilde, que reinó con el nombre de Enrique II. Casado con Leonor de Guyena, heredera de tres hermosas provincias de Francia, y siendo él por derecho propio duque de Norman-día y soberano de Bretaña, vio extenderse sus dominios desde el norte de Inglaterra hasta los Pirineos.

Después de restablecer el orden, demoliendo fortalezas y restaurando el poder judicial, obligó al rey de Escocia a restituir los condados de Northumberland, Cumberland y Westmoreland, así como todo el sur de las montañas Cheviot, e intentó hacerse dueño de Gales y de Irlanda, con escaso resultado. El único inglés que hasta la fecha ha ocupado el solio de san Pedro, el papa Adriano IV, que vivió en aquel tiempo, hizo a Enrique donación de Irlanda; pero los irlandeses no consintieron en ser súbditos ingleses, y, aunque Enrique logró imponer hasta cierto punto su autoridad en la parte de Irlanda próxima a Inglaterra, siguieron las cosas como hasta allí con poca diferencia.

Ocupaba a la sazón la silla metropolitana de Canterbury un arzobispo llamado Tomás Becket, el cual tuvo rencillas con el rey sobre ciertos asuntos eclesiásticos. Cierto día Enrique, hallándose en Normandía, dijo en un rapto de ira que deseaba verse libre del odioso arzobispo, y hubo cuatro hombres que, tomando al pie de la letra sus palabras, pasaron a Inglaterra y asesinaron a Becket, en la propia catedral.

El rey no obtuvo perdón hasta que, descalzo y desnuda la cabeza, fue a la capilla a prosternarse ante los restos del santo y, reunido el capítulo de los monjes, le azotaron por turno las espaldas.