Los patriotas marselleses se encaminan a París entonando un canto de guerra


A imitación de París, que había formado su guardia nacional, no tardaron otras ciudades del reino en formar compañías semejantes; una de ellas, la guardia de Marsella, instituida en la ciudad de este nombre, al sudeste de Francia, sobre el litoral del Mediterráneo, decidió dirigirse a París para prevenir al rey y a los nobles que cumplieran con su deber y no pretendieran oponerse a la gran obra de la revolución.

Imaginémonos la heroica marcha de esos patriotas en aquellos calurosos días de verano, con sus armas y uniformes miserables y polvorientos, precedidos de una bandera en que estaban inscritas estas palabras: “Los derechos del hombre”. Algunos llevaban el gorro frigio, emblema de la libertad, con rosetones tricolores; otros ostentaban la escarapela en el sombrero, adornado de largas plumas. Ramas de árboles fijas en los cañones de sus escopetas los protegían del sol. Los timbales marcaban el paso, y a su compás entonaban aquellos patriotas el himno más inspirado de cuantos existen: la Marsellesa, canción patriótica que ha llegado a ser el himno nacional de Francia y cuyas palabras han sido repetidas muchas veces, de entonces acá, por ejércitos y multitudes que han sentido latir la sangre en sus venas. Cuando los marselleses repetían las palabras Allons enfants de la patrie!, “¡Adelante, hijos de la patria!”, las muchedumbres ante las cuales pasaban, arrebatadas de entusiasmo, vociferaban: Aux armes, ci-toyens!, “¡A las armas, ciudadanos!”