De cómo los marselleses llegaron a París, y fin de Luis Capeto


Muchos fueron los que se juntaron a los marselleses al cruzar éstos Francia pasando por Aviñón, antigua residencia de los papas durante setenta años; por Lyon, actualmente famosa por sus sedas; recorriendo collados, cañadas y dilatadas llanuras, siempre en dirección a París, dejando atrás el ancho Ródano, en que se reflejaba la luna; las florestas habitadas por melodiosos ruiseñores; ciudades, aldeas y castillos; pasando ante grupos de labradores que a su paso suspendían los trabajos de la era, y salvando setos de zarzales, desde donde los niños repetían el canto de los soldados: Allons enfants de la patrie! Esos 600 marselleses que sabían morir, salieron de Marsella el día 5 de julio. El 10 de agosto se hallaban en París, en primera línea para el ataque de las Tullerías. El rey y la familia real se refugiaron en la sala en donde se hallaba reunida la Asamblea, pero la fiel guardia suiza pereció asesinada. En memoria de su bravura, se esculpió en Lucerna, país natal de aquellos valientes, un famoso león tallado en roca viva.

“¿Luis Capeto es culpable de haber conspirado contra la libertad? Si es culpable, ¿qué castigo ha de imponérsele?” Tales fueron las cuestiones que durante cuatro días se discutieron en la Asamblea. Capeto era el apellido de la familia de Luis XVI, que recordaba una serie de reyes que reinaron en Francia durante ocho siglos, descendientes de Hugo Capeto. A consecuencia de los delitos de esos reyes, especialmente de los dos últimos, Luis XVI fue considerado culpable y condenado a muerte como enemigo de su patria. El infortunado monarca se doblegó al destino, con el mismo valor y resignación que lo había hecho Carlos Estuardo, un siglo y medio antes, en Inglaterra.