Cómo había ido a París una princesa de quince años y cómo murió


Poco después la viuda de Capeto, como llamaban los revolucionarios a la infeliz María Antonieta, corrió la misma suerte de Luis XVI. ¡Cuan amargo contraste entre su entrada en Francia y su trágica muerte! Al ausentarse de Viena para ir a contraer matrimonio en un país distante, era una hermosa jovencita de quince años; al pasar, rodeada de pompa y de grandeza entre las muchedumbres que la vitoreaban, no pudo contener las lágrimas; ¡le era tan duro despedirse para siempre, a los quince años, del país en que había nacido y de sus numerosos hermanos! Poco más de veinte años después, vemos a una mujer atribulada, poblada de canas la cabeza en una sola noche, pero con noble valor y entereza, pasar entre las muchedumbres, de pie en un carro ordinario, atadas las manos a la espalda y entre los gritos e insultos de las turbas, ansiosas de verla morir en el cadalso.

Ante tales hechos llevados a cabo por la revolución, casi todas las naciones de Europa se levantaron contra Francia, y la Convención, que entonces gobernaba este país, tuvo mucho que hacer para evitar una invasión. Sus esfuerzos fueron un éxito, y el enemigo hubo de retroceder.

En París se suscitaron violentas disputas dentro de la misma Convención. Unos deseaban una clase de gobierno; otros otra, hasta que, al fin, los jefes del partido más fuerte determinaron que todo ciudadano debía ser obligado a hacer lo que ellos ordenaran aunque fuere por el espanto y el terror. En los últimos catorce meses de la revolución, llamados Régimen del terror, calcúlanse en unas 16.000 las personas que perecieron víctimas del odio revolucionario.