De cómo las mujeres de París sacan el pan del palacio real


Ocupábase la Asamblea Nacional de Versalles de varios planes de reformas, pero el pueblo, que moría de hambre en París, no podía ser contenido por más tiempo. Una mañana de octubre, reunidas en la plaza del mercado millares de mujeres hambrientas, empezaron a pedir a gritos que se les diera pan. Alguien les propuso que fueran a Versalles y se lo pidieran al rey: ante tal indicación y bajo una lluvia torrencial, se encaminaron al palacio, seguidas de la gente más miserable del pueblo.

Dificultoso le fue a Lafayette mantener el orden y proteger a los reyes y a sus hijos, cuando aquella chusma desarrapada y chorreando agua, invadió, gritando, las doradas habitaciones de los tres Luises artísticamente decoradas. Exigieron las turbas que el rey volviese con ellos a París. ¡Extraña procesión! Rompían la marcha cincuenta carros de trigo de los graneros reales, y, rodeando tumultuosamente el coche de la familia real, el populacho avanzaba hacia el palacio de las Tullerías, cantando y gritando al son de sus tambores: “Ahora tendremos pan suficiente, porque tenemos al panadero, a su mujer y a su hijo”. Tal fue el fin de la gloria de Versalles, como palacio real, que por muchos años ha sido el gran museo nacional de “todas las glorias de Francia”.