En camino hacia los mayores campos de trigo del mundo


Mientras hemos estado tratando las maravillas de Ontario, el tren nos ha ido llevando siempre con gran rapidez hacia el Oeste; actualmente corre horas y horas por la orilla septentrional del lago Superior, en donde se divisan a menudo los muelles y atracaderos de sus puertos.

De Ontario pasamos a Manitoba, cubierta antes de solitarias praderas y convertida hoy, tras rápido desenvolvimiento, en el mayor campo de trigo que hay en el mundo. Figuraos los trigales más grandes que hayáis visto, reunidlos en uno solo y éste multiplicadlo por cientos y cientos de veces; os podrá dar tan sólo una vaga idea de estos llanos sin límites que se extienden como el mar, hasta perderse en el lejano horizonte, bajo el arco de la gran bóveda celeste. A medida que el tren va recorriendo su camino, más se nos muestra como conquistador vivo; de tal modo la vía férrea ha modificado todo el aspecto de este país. Los ciervos y búfalos han desaparecido al igual que los indios cazadores, que de ellos se mantenían. Tan sólo acá y allá se los encuentra en las tierras que se les tienen reservadas, y en ellas montan sus tiendas de campaña y viven con sus pequeños y veloces caballos.

A los indios se les enseña a trabajar y cultivar el campo, y a sus hijos se los instruye en las escuelas, donde se les provee de alimentos y ropas. Al desaparecer los búfalos, que ellos acostumbraban a cazar y de los cuales sacaban casi todo lo que les hacía falta, se han visto precisados a vivir como los blancos del país, o, de lo contrario, han tenido que verse expuestos a grandes necesidades.

Aun en nuestros días, hay muchos que viven de la venta de las pieles de los animales que cazan, al igual que sus antepasados de hace dos siglos.

Se siente compasión verdaderamente por los indios, que han cambiado mucho desde que los blancos pusieron por vez primera el pie en las orillas del San Lorenzo, hace unos 500 años. Ahora los “caras pálidas” han llegado a millares, montados en el gran “caballo de hierro”.