El progreso que trajo el establecimiento de los inmigrantes


Establecen allí viviendas, labran la tierra, siembran y recogen las cosechas, exportan los preciosos productos del país a los grandes mercados de la voraz Europa y, a medida que se van necesitando, construyen puentes y líneas de ferrocarril. Winnipeg, la capital de esta próspera región, era, hace unos cuantos años, un pequeño fuerte avanzado; hoy es ciudad bella y grande. En las estaciones de esta parte de la línea, se ven los altos elevadores de granos, que se alzan como faros en medio de un mar agitado, y en los cuales se limpia el grano y después se almacena hasta el momento de ser acarreado al tren.

El tren, cual gigante infatigable, continúa devorando distancias, hasta que, por fin, quedan atrás las grandes llanuras de trigales, y cambia el aspecto del país, que ahora se levanta en pequeñas ondulaciones recubiertas por fino y jugoso césped, en el cual se distinguen de cuando en cuando flores multicolores. Ya hemos pasado dos grandes provincias dedicadas principalmente a la ganadería, donde los cowboys, es decir, los vaqueros, diestros jinetes, atienden al cuidado de grandes manadas de ganado vacuno y caballar. Empiezan a levantarse nuevas ciudades y a extenderse líneas de ferrocarril sobre la tierra, para el servicio de las estancias recientemente formadas.

Después el país toma otro aspecto más agreste, y, por fin, se muestran en toda su aspereza las montañas Rocosas. Desde este momento el tren parece haberse trocado en un ser viviente que, lleno de audacia, se precipita sin temor por entre oscuros valles, sobre rugientes torrentes, por bordes de precipicios profundos, a través de sombríos túneles.