La invasión que privó de su libertad a los persas durante 400 años


Tras la muerte de Alejandro, disputáronse sus generales la soberanía del imperio de un modo encarnizado; duró muchos años el ciclo de asesinatos, conspiraciones y derramamientos de sangre; hasta que, en 312 antes de J. C, uno de esos generales, llamado Seleuco, fundó en Persia una dinastía de reyes griegos denominada, en su honor, de los Seléucidas. Su capital fue Seleucia, situada a orillas del río Tigris.

Los soberanos y colonizadores griegos lucharon con inmensas dificultades, pues los sucesores de Alejandro tuvieron que sofocar constantes rebeliones y disturbios, hasta que fueron perdiendo terreno gradualmente.

Más tarde, cuando los persas empezaban a acariciar la idea de recuperar su independencia, surgió inopinadamente en el Asia Occidental una nueva y vigorosa potencia, que estableció un imperio del cual viéronse aquéllos obligados a formar parte en calidad de provincia subordinada.

Los recién llegados eran de la misma estirpe que los medos y los persas, aunque no tan inteligentes y refinados, y se les conoce en la Historia con el nombre de partos.

Muy poco sabríamos de ellos, que dominaron a Persia durante más de 400 años, a no ser por el hecho de que, más adelante, sostuvieron constantes luchas contra los romanos, cuyos historiadores nos han legado noticias relativas a los héroes principales de esta raza, y cómo los poderosos ejércitos romanos marcharon hacia Oriente para atacar a los partos, una y otra vez, hasta que su último rey, Artabano, hacia el año 216 después de Jesucristo, infligió a los romanos dos abrumadoras derrotas y les arrancó una indemnización.