La azarosa historia de Irán, desde el imperio turco


El esplendor y la omnipotencia de la dinastía sasánida tuvo fin hacia mediados del siglo vii, cuando la incontenible marcha de los ejércitos mahometanos arrolló las fronteras y la dominación militar musulmana comenzó a afirmarse; empero, gracias a su habilidad administrativa y a su avanzado intelectualismo, los iranios pronto lograron prevalecer en el califato de Bagdad.

Al comenzar la octava centuria, creciente número de tribus turcas comenzaron a moverse a través del Irán. Hacia el siglo xi habían logrado dominar el califato de Bagdad; comenzaba así el período selyúcida (1055-1220), uno de los más constructivos de la historia irania.

La ciudad de Ravy fue entonces un centro cultural y comercial, y una de las más importantes agrupaciones urbanas del mundo medieval. Los mongoles invadieron el territorio iranio en 1221, conducidos por Genghis Khan; en 1258, comandados por Hulagu Khan, y en 1369, bajo la égida de Tamerlán. Las irrupciones fueron tan devastadoras que hubieron de transcurrir más de dos siglos antes de que el país pudiera constituirse nuevamente en estado organizado, hacia el comienzo del siglo xvi.

En el ínterin, se erigieron varias dinastías de restringido dominio territorial, que pasaron sus días empeñadas en guerras intestinas. En 1502 surgió una extraordinaria figura: la de Ismail, un muchacho de apenas trece años, hijo de un místico llamado Safi-al-Din. Ismail condujo a la victoria a las fuerzas iranias entre dicho año y el de 1509; fundó la dinastía Safawida, y la secta llamada Shiita, que predominó en Persia. A pesar de haber sido derrotado por Selim I, sultán de los turcos otomanos, logró preservar las fronteras del renaciente reino persa; sin embargo, ese encuentro fue el comienzo de un largo conflicto entre Persia y Turquía.

Las dos últimas décadas del siglo xvi y las dos primeras del xvii fueron las del apogeo de la dinastía Safawida; fue entonces, durante el reinado de Shah Abbas el Grande, cuando Persia luchó y venció a los portugueses y los ya seculares enemigos, los turcos otomanos.

Bajo el reinado de Pedro el Grande los rusos se expandieron hasta más allá del mar Caspio, en detrimento del territorio iranio.

En ese momento surgió una figura bárbara y cruel, pero dotada de un gran sentido de la estrategia militar: Nadir Sha, quien logró expulsar a los invasores, por la fuerza de las armas o por la diplomacia; y no se detuvo en eso, sino que emprendió una guerra de conquista que lo llevó hasta la India, cuya ciudad de Delhi capturó y saqueó. Su muerte dejó a Irán envuelto en un caos, y al trono sin sucesión, pues había ordenado asesinar a sus propios hijos.

Durante un breve período, Karim Khan, de Shiraz, surgió como salvador de Irán, pero fue eliminado por Agha Mohamed Khan, jefe turcomano, fundador de la dinastía Kajar, en los últimos años del siglo xviii.

Los últimos monarcas de esta línea se caracterizaron por extravagancias sin freno, en las cuales dilapidaron los recursos del estado; la conducta del soberano instó a varios oficiales jóvenes a formar una fuerza política, apoyada por líderes religiosos, que auspició el dictado de una constitución que limitara la autoridad del soberano; finalmente, el último de los Kajar, Mohamed Alí, fue impelido por la fuerza de las circunstancias a promulgar la carta constitucional, pero sus continuas violaciones a la misma condujeron en 1909 a la guerra civil, concluida con la abdicación del monarca.

El trono fue ocupado por Ahmed Sha, una de las personas más ineptas jamás coronada, cuyo reinado vio descender a la nación persa al más profundo abismo de decadencia y debilidad, aprovechada por Gran Bretaña y por Rusia para dividirse por medio de un tratado secreto la hegemonía sobre Irán, en sectores establecidos (1907). So pretexto de proteger los intereses rusos, el ejército del zar ocupó el noroeste del territorio, y al estallar pocos años después la primera Guerra Mundial, Irán fue teatro de operaciones de rusos, británicos y turcos. Cuando la guerra concluyó, la postración de la nación persa era absoluta. La Unión Soviética intervenía activamente para mantener en estado de rebelión a diversas tribus, y el mantenimiento del orden, aun en sus menores expresiones, era una utopía.