LA HERMOSA DURMIENTE


Hace muchos años vivían un rey y una reina que se decían todos los días:

-¡Ay, si tuviéramos un hijo! por la pérdida de su hermosa prima. Lo que más le inquietaba era el lugar en que su flecha habría ido a parar. Vagando semanas enteras en su busca, un día se encontró delante del palacio del Hada Pari-Banú.

Esta hada era quien había enviado a los vendedores del mágico tapiz, del tubo encantado y de la manzana misteriosa. Y como no le agradaba que el príncipe Ahmed se casara con Nurunnihar, había recogido su flecha, y la llevó consigo. Quiso después Pari-Banú que el príncipe se casase con ella, y habiéndose enamorado él del hada, la hizo su esposa, y con su ayuda mágica, llegó a ser sultán de la India.

Pero Dios no les enviaba ninguno. Una vez, estando la reina bañándose, salió a tierra una rana, la cual le dijo:

-Antes de un año verás cumplido tu deseo y tendrás una hija hermosa.

Sucedió lo que había predicho la rana, y la reina tuvo una niña tan hermosa, que el rey, lleno de alegría, no sabía qué hacer. Dispuso una fiesta, a la cual convidó no sólo a sus parientes, amigos y conocidos, sino también a las hadas para que fuesen benignas con la niña. Había trece hadas en el reino; pero como el rey sólo tenía doce platos de oro en que pudieran comer, una de ellas tuvo que quedarse en casa. Celebróse el banquete con gran pompa, y, al terminar, cada una de las hadas regaló a la niña un don milagroso; una le dio virtud; otra, hermosura; la tercera, riquezas, y así le regalaron cuanto se puede desear en el mundo. Apenas había hablado la undécima, entró de repente la decimotercera, deseosa de vengarse porque no la habían convidado, y sin saludar a nadie, dijoles en alta voz:

-La princesa se herirá con un huso al cumplir los quince años y caerá muerta.

Y salió de la sala sin decir más. Asustáronse todos los presentes; pero se adelantó la duodécima, que no había hecho aún el regalo que le correspondía, y, no pudiendo evitar el mal que había predicho su compañera, procuró aliviarlo y dijo:

-La princesa no morirá, sino que caerá en un profundo sueño durante un siglo, del cual despertará transcurrido ese tiempo.

El rey, que quería librar a su querida hija de tan gran desgracia, dio orden de que quemasen los husos de todo el reino. La joven llegó a poseer todas las perfecciones que le habían concedido las hadas, y así, era muy hermosa, amable, modesta y entendida, de manera que cuantos la veían, la amaban. Al llegar el día en que cumplía los quince años, la joven se hallaba sola en el palacio, por haber salido el rey y la reina. Comenzó a recorrer las habitaciones, hasta que llegó a una torre muy elevada. Subió una estrecha escalera de caracol y llegó a una pequeña puerta. En la cerradura estaba puesta la llave. Al darle una vuelta se abrió la puerta y vio en un cuartito a una anciana que, con una rueca y un huso, hilaba muy de prisa su lino.

-¡Buenos días, abuelita! -dijo la princesa-, ¿Qué haces aquí?

-Estoy hilando -contestó la anciana, bajando la cabeza.

-¿Qué es eso que mueves con tanta ligereza? -continuó diciendo la niña, y cogió el huso y quiso hilar; pero apenas lo había tocado, se realizó el encanto y se pinchó un dedo.

En el instante en que sintió el pinchazo se durmió profundamente, y aquel sueño se esparció por todo el palacio. El rey y la reina, que habían entrado en aquel mismo momento, cayeron dormidos y con ellos toda la corte. También se durmieron los caballos en la cuadra, los perros en el patio, las palomas en el tejado, las moscas en las paredes y hasta el fuego que ardía en el fogón cesó de arder y se durmió, y el guisado dejó de cocer, y hasta el cocinero y los pinches se durmieron, para que no quedase nadie despierto. Cesó también de soplar el viento y no volvieron a moverse ni aun las hojas de los árboles que estaban delante de palacio.

Corriendo las cortinas, el principe vio a la hermosa princesa sumida en profundo sueño.

No tardó mucho en brotar y crecer en torno de aquel edificio un zarzal que fue haciéndose más alto cada día, hasta que lo cubrió por completo, de manera que ni aun la bandera se veía. En el país se contaba la leyenda de la hermosa Princesa dormida, y de cuando en cuando iban algunos príncipes que querían penetrar, a través de la zarza, en el palacio; pero en vano, porque las espinas se les agarraban como si tuvieran manos, y los jóvenes quedaban presos en ellas y, no pudiendo soltarse, morían en el lugar.

Transcurridos muchos años, fue un príncipe a aquel país y oyó contar a un anciano la historia de aquella zarza, de la que dijo que detrás de ella había un palacio en el cual dormía desde el siglo anterior una hermosa princesa, y que con ésta estaban dormidos el rey y la reina y toda la corte. Añadió haber oído decir a su abuelo que muchos príncipes habían tratado ya de atravesar el zarzal, pero que no habían podido conseguirlo, y quedaron muertos en él. Entonces dijo el joven príncipe:

-Yo no tengo miedo y he de ver a la bella adormecida.

El buen viejo quiso disuadirle; pero viendo que no lo conseguía, lo dejó hacer lo que quisiera.

Precisamente habían transcurrido ya los cien años y llegado el día en el cual debía despertar la Princesa. Cuando se acercó el príncipe a la zarza, la halló convertida en hermosas rosas, que abriéndose por sí solas lo dejaron pasar, y se cerraron tras él. Llegó al patio y a la cuadra, y vio dormidos a los perros y caballos; miró al tejado, y vio a las palomas con la cabeza debajo del ala, y cuando entró en el edificio notó que las moscas estaban dormidas en las paredes El cocinero se hallaba en la cocina, en actitud de llamar a los pinches, y la criada, cerca de un gallo, al cual parecía que iba a desplumar. Un poco más lejos vio en el salón a toda la corte dormida, y al rey y a la reina durmiendo también en su trono. Más allá todo se encontraba tan tranquilo, que podía oírse la respiración de los durmientes.

Al fin llegó a la torre y abrió la puerta del cuarto en que dormía la Princesa. Quedóse mirándola. Era tan hermosa, que no pudo separar los ojos de ella. Se inclinó y la tocó ligeramente; pero apenas la hubo tocado, abrió los ojos, despertó y lo miró cariñosamente. Bajaron entonces juntos, despertaron al rey, a la reina y a toda la corte, y se miraron unos a otros llenos de admiración. Despertaron los caballos en la cuadra y comenzaron a relinchar; los perros de caza menearon la cola al levantarse, y las palomas, en el tejado, sacaron sus cabecitas de debajo de las alas, miraron en derredor y echaron a volar; las moscas andaban por las paredes; el fuego se reanimó en la cocina y se coció la comida; el cocinero dio un cachete al pinche, quien comenzó a llorar, y la criada acabó, cantando, de desplumar el gallo.

Celebráronse con gran magnificencia las bodas del príncipe con la princesa, y vivieron felices.


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