EL TORO Y LA LOCOMOTORA - Joaquín V. González


Imperaba en toda la hacienda un señor absoluto, con el nombre de Temerario: un toro negro-overo, de esbeltas, vigorosas formas y afiladas puntas, con las cuales había derribado y despanzurrado a muchos rivales, y asentado por tan sangriento modo su indiscutida personalidad.

Los demás seguíanlo como a un rey y hacíanle coro a sus bramidos; y cuando, por rabia o por lujo de predominio, empacábase y comenzaba a echarse tierra sobre el lomo, mugiendo y mirando con ojos torvos en torno de él, no había cerco ni barrera que sujetasen a la turbamulta de los otros en su despavorida fuga.

Aconteció que unos ingenieros trazaron por el medio de esos campos una línea férrea. El Temerario púsose hosco y más bravo que nunca, como si aquella obra hubiese violado el sagrado recinto de su soberanía o cual si presintiese el fin de su prestigio. Él no se apartaba de las proximidades de la vía; y era que había advertido un toro extraño, un Unicornio, que al caminar echaba negras bocanadas de humo y chirriado-res chorros de vapor caliente.

La rabia lo ahogaba al ver que todos sus súbditos se aterraban en presencia del monstruo y parecían olvidados ya de su valor, su pujanza y su destreza en la pelea, y para demostrárselos, atacó e hirió de muerte, sin motivo alguno, a más de media docena de toros de la comarca.

- Esto no es justo -atrevióse a decirle un anciano muy filósofo, tan venerable como indefenso- porque mientras ese toro desconocido nos amenaza y nos amedrenta, tú la pegas también con nosotros, en vez de defender nuestro terruño y nuestra libertad doméstica invadidos por el extranjero, que ha hecho del uno su pasadizo y de la otra un estropajo, sin que ninguno de vosotros, que os pasáis la vida desangrándoos en reyertas fratricidas, haya sido capaz de alzar la voz en nombre de los derechos inviolables del dominio.

- Te juro, viejo gruñón, que ese toro nuevo no pasará más por este lugar, porque tendrá que habérselas conmigo en lucha cuerpo a cuerpo. Ya veremos de qué le sirven sus herrajes, sus humazos y sus alaridos ensordecedores, y ya aprenderá a respetar la propiedad ajena y la paz de sus moradores.

Y, diciendo esto, se puso a marchar casi al trote y fue a situarse en me

dio de los rieles, sobre un terraplén aún no consolidado, y en el cual todavía no se formara el más leve tapiz de hierbas espontáneas. Iba a esperar al temido adversario, al usurpador, al misterioso Unicornio de metal, dispuesto a derribarlo de su vía de acero con un solo tope de su vigorosa testa invencible.
El duelo iba a ser formidable; y con la emoción más intensa, en la que se confundían la esperanza y el terror, todos los animales de la hacienda congregáronse en el anfiteatro de las verdes colinas y lomadas a presenciar aquel magno juicio de Dios.
Mientras el Temerario bramaba y arrojaba al espacio puñados de tierra arrancados por la dura pezuña de entre los travesanos de la vía, sintióse tras los barrancos de una cerrada curva con marcada pendiente, el alarmado anuncio de la locomotora, que traía un largo tren de pasajeros. Era imposible detenerla en tan corto trecho, y todo el esfuerzo se concentró en hacer el mayor ruido de pito y vapor, para advertir a la obcecada bestia de la inminencia del peligro.
 
Un minuto más, y tanto los espantados viajeros del tren como los mudos espectadores de las lomas vieron, al primer contacto de la masa férrea con la ruda frente del Temerario, rodar al suelo una masa informe de carne y de huesos entre una densa nube de polvo, mientras el incontrastable toro de hierro se perdía, con sus alaridos, herrajes y humazos, entre las sinuosidades rocosas del camino. ^ Dolorido coro de mugidos se levantó en torno del cadáver del mártir, cuyas entrañas humeantes y cuya sangre roja y cálida inspiraron aí buey filósofo, que en silencio las contemplaba, esta triste, honda y resignada reflexión:
—¡Qué estéril y qué ridicula resulta la resistencia del valor, del heroísmo y aun del martirio, cuando se alza en nombre de la rutina y de la barbarie, contra estas fuerzas nuevas, dóciles al genio del hombre!
Y diciendo esto, volvió a echarse a la sombra de su tala, rumiando, junto con su filosofía, un bocado de pasto tierno cogido al pasar...


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