ALADINO O LA LAMPARA MARAVILLOSA


Cierta vez un mago africano vino a China para encontrar una lámpara maravillosa.

Para conseguirla, tenía que atravesar un estrecho pasillo que conducía a un palacio encantado oculto debajo de la tierra. El pasillo era muy estrecho, y cualquiera que tocase con sus ropas en las paredes, moría como por magia. Como el mago no quería arriesgar su vida, entabló amistad con un pequeño muchacho chino llamado Aladino, a quien condujo al palacio encantado.

-En este lugar -le dijo el mago-, hay un tesoro escondido. Haz lo que yo te indique, y serás el hombre más rico de la tierra. Ponte este anillo en un dedo, y no dejes que tus ropas toquen nada hasta que no hayas tomado la pequeña lámpara que arde en el jardín, y la hayas puesto en tu bolsillo. Entonces, si quieres, puedes obtener todos los tesoros que desees.

Entonces Aladino se internó en el pasillo y se dirigió al palacio. Encontró la lámpara, en un jardín en donde los brillantes, las perlas y los rubíes crecían en los árboles. Se apoderó de ella, se la escondió debajo de su chaleco, cuyos bolsillos llenó con joyas y regresó por el pasillo.

-Dame la lámpara y entonces te sacaré -le dijo ansiosamente el mago al verlo llegar.

-No -le dijo Aladino-, primero tienes que sacarme de aquí, y entonces te daré la lámpara.

Con esta contestación el mago se enfureció, cerró la abertura de la tierra, y regresó al África.

Durante dos días, Aladino estuvo vagando por el palacio encantado, sin que encontrase nada de comer ni ningún lugar por donde pudiera escaparse. Al tercer día, se le ocurrió frotar el anillo del mago. Ante él apareció un espíritu que le dijo:

-Soy el esclavo de ese anillo. ¿Qué deseas?

-Hazme el favor de conducirme a mi casa -dijo Aladino.

Y, en un pestañear de ojos, se encontró delante de la casa de su madre. Ésta era una pobre viuda, que no tenía nada que darle de comer ni dinero para comprarlo. Entonces Aladino le dio la maravillosa lámpara para que la vendiese y comprase pan.

-La limpiaré antes, pues está muy sucia -dijo, y comenzó a frotarla.

Inmediatamente apareció un espíritu que dijo:

-Soy el esclavo de esa lámpara, y cuando alguien la frota, me presento. ¿Qué quieres que haga?

La viuda estaba sobrecogida de miedo, y no podía hablar, pero Aladino, resueltamente, le respondió:

-Tráenos algo sabroso que comer.

Y, en un abrir y cerrar de ojos, apareció una mesa, sobre la cual había toda clase de manjares y vinos, servidos en hermosos platos de oro y riquísimas vasijas de finísimo cristal.

Después de esta suculenta comida, Aladino se fue a dar un paseíto, y llegó al lugar en que la hija del rey se encontraba paseando a caballo. La princesa Badrulbudur, como la llamaban, era una encantadora muchacha de quien Aladino se enamoró. Éste regresó a su casa y frotando la lámpara dijo al espíritu:

-Hazme rico y construyeme la mansión más lujosa del mundo.

No hubo terminado de decir estas palabras, cuando él y su madre estaban alojados en un palacio de oro, con seiscientos criados a sus órdenes y riquezas suficientes para comprar un reinado. Entonces le mandaron al rey cuarenta fuentes llenas de diamantes, perlas y rubíes, y tan satisfecho quedó el monarca con el espléndido regalo, que permitió a Aladino casarse con la princesa Badrulbudur. Aladino y su esposa vivieron felices y en paz, hasta que al mago africano se le ocurrió intentar de nuevo apoderarse de la maravillosa lámpara. Como notase que Aladino estaba cazando, ausente del palacio, se disfrazó de vendedor y pregonaba frente al palacio:

-Cambio lámparas nuevas por viejas. ¡Quién no cambia lámparas viejas por nuevas!

Al oír esto, la princesa se dijo: "Yo cambiaré la mía", y salió al patio.

La princesa recordaba que en el cuarto de Aladino había una pequeña y vieja lámpara; la sacó y, en cambio de otra nueva, brillante y mayor, se la dio al mago. ¡Le había dado la lámpara maravillosa! Entonces el mago, frotando la lámpara, ordenó al espíritu que trasladase el palacio y todo lo que había dentro de él, al lugar más apartado del África.

-¿Estoy soñando? -dijo Aladino, cuando regresó de su cacería-. ¿Dónde está mi palacio?

Pues donde antes se alzaba la mansión, había ahora, tan sólo, un pedazo de terreno liso. Pero, por fortuna, él conservaba el anillo que le había dado el mago en cierta ocasión, y lo frotó de nuevo.

-¿Qué quieres que haga? -dijo el esclavo de la sortija.

-Devuélveme mi esposa y mi palacio -dijo Aladino.

-Eso puede hacerlo, solamente, el esclavo de la lámpara.

-Bien; pues llévame a donde se encuentre la princesa Badrulbudur -repuso Aladino. Y en un abrir y cerrar de ojos, se encontró sentado junto a su esposa, en la mesa de su palacio, en la región más apartada del África. Se pusieron locos de alegría al verse nuevamente, pero antes de que pudiesen escapar, el mago subió para cenar con la princesa. Rápidamente, Aladino se escondió debajo de la mesa, y puso en la mano de su esposa cierto polvo, que ella dejó caer dentro de su vaso de vino.

-He aquí un vino excelente -dijo ella al mago-; pruébalo.

El perverso mago tomó el vino con ansiedad, y cayó al suelo muerto.

Aladino salió de su escondite, tomó la lámpara mágica y la frotó.

-Oh, por favor -le dijo al espíritu-; pon de nuevo el palacio en el mismo lugar en que se encontraba.

Inmediatamente el palacio fue tomado del sitio en que estaba en el África, y colocado en China, frente al palacio del rey, el cual les dio sus riquezas, y los nombró sus herederos.