ACCIÓN EJEMPLAR DE UN ESCOLAR


El maestro había proyectado una excursión a las márgenes del Salado, río que corre a un kilómetro escaso del pueblo, y cuyas características habían estudiado los niños durante esa semana.

Los alumnos, constituidos en comisiones de acuerdo con sus conocimientos y preferencias, debían estudiar, sobre el terreno, la fauna y la flora de la zona. Éste pensaba completar su herbario, aquél su colección de insectos, el otro su caja de piedras y cantos rodados; en fin, cada alumno llevaba su preocupación. Todos, todos menos uno: el pelirrojo Mario.

Jefe indiscutido de sus condiscípulos en todo lo que se refiriera a juegos y picardías, era poco amigo del estudio; aunque la mayoría de sus compañeros lo quería, se hallaba enemistado con algunos, en especial manera con Alberto, a quien, por su dedicación al estudio, hacía blanco de sus continuas chanzas.

Muy temprano salieron esa mañana, utilizando seis coches prestados por otros tantos padres de escolares. El camino estaba muy malo a causa de las últimas lluvias; algunos tramos se hallaban bajo las aguas, por lo que, en varias oportunidades, debieron tomar a campo traviesa.

De pronto, una mancha oscura apareció sobre el horizonte: era la línea de un monte de sauces que denotaba la proximidad del río. Al transponer una loma los niños gritaron jubilosos: ¡El río! ¡El río!

En efecto, a doscientos metros escasos estaba el Salado. Su aspecto no era el habitual; las aguas, oscuras y turbulentas, cargadas de arena y limo, corrían a gran velocidad formando remolinos y transportando ramas, troncos, árboles enteros y animales muertos. Las lluvias habían hecho crecer tanto el caudal de sus aguas salobres, que éstas amenazaban inundar las llanura.

Los niños ataron los caballos a la sombra de un bosquecillo de sauces, y entre gritos y exclamaciones se reunieron en apretado grupo alrededor del maestro, quien les hizo las últimas recomendaciones.

En tanto las distintas comisiones se dedicaban con empeño a sus respectivas tareas, Mario sacó los anzuelos; él había preferido estudiar los peces para tener el placer de dedicarse a su entretenimiento favorito: la pesca. En apartado rincón, bajo los árboles, comenzó a pescar con singular buena suerte; al poco tiempo siete grandes bagres saltaban sobre el pasto húmedo, en un vano y desesperado esfuerzo por volver al líquido elemento.

Alberto, dedicado a completar su herbario, había reunido en una bolsita variedad de hojas y flores silvestres, que luego habría de clasificar. El niño recorría la orilla del río tratando de encontrar alguna planta rara, cuando de pronto vio emerger de entre las aguas, a dos metros escasos de la orilla, una hierba para él desconocida. Se estiró, bien abierto de piernas, pero no pudo alcanzarla; tomóse entonces con una mano de una rama del árbol más cercano y trató de asir la planta con la otra, pero el peso de su cuerpo hizo que la rama cediera y, lanzando un grito de angustia, cayó al agua.

El niño manoteó desesperado tratando de llegar nuevamente a la orilla, pero la fuerza de la corriente lo alejaba rápidamente de ella. Sus compañeros observaban la escena con verdadero espanto. El maestro trató de alcanzarle una rama atada a una larga soga; inútil esfuerzo. Su fin parecía inevitable: a las claras se veía que las fuerzas lo abandonaban.

De pronto, el ruido de un chapuzón les hizo volver la cabeza; era Mario quien, al ver el peligro que corría su condiscípulo, se lanzó valientemente al agua en su socorro. Braceando con energía, en pocos momentos llegó hasta él y, asiéndolo por la barbilla, comenzó a llevarlo hacia la costa, entre las aclamaciones de gozo de sus compañeros. Con ayuda del maestro los sacaron de las aguas. Reanimado el accidentado, emprendieron el regreso. Al día siguiente, reunidos todos los alumnos en el patio de la escuela, el director, presentando a los protagonistas del suceso, relató con profunda emoción el accidente ocurrido y destacó el arrojo y la pericia del salvador. Un aplauso cerrado y un ¡viva Mario! llenaron los aires, en tanto dos lágrimas corrían por las mejillas de éste al ser abrazado por Alberto.