La vida real y verdadera y la vida a medias


¿Diráse, pues, que las plantas no viven? A menudo se ha pensado y dicho esto, porque muchos han juzgado que para decir que una cosa es viviente, debe ser activa. Sabemos que las plantas no son activas, como los niños; aquéllas no hacen nada, no se mueven. Siempre se encontrará a un rosal en el mismo sitio en que se lo dejó en el jardín; pero a un gato no se lo halla siempre donde se lo deja. Por lo tanto, muchos creyeron que, como las plantas no andaban, no eran vivientes, en realidad. Y más tarde se llegó a ver la verdad de lo que ya hemos dicho: que, después de todo, hay algo en la rosa que la asemeja mucho más a una mosca, que a un pedazo de piedra, aun cuando la mosca puede volar y la rosa no. De suerte que se llego a la conclusión de que había dos clases de vida: una real, verdadera, como la vida de la mosca, o la del tigre, o la nuestra propia, y la otra, una especie de vida a medias, no la vida real, sino una débil imitación, lo bastante para constituir una diferencia; y se dijo que esta clase de vida a medias era la de los árboles y demás plantas. Los que tales cosas decían, no entendían mucho de esto.

Sabían que había algo extraño respecto- a la encina y la bellota, etc., pero no podían persuadirse ellos mismos de que algo que no fuera activo pudiera ser real y verdaderamente viviente. Por fin, empezaron a enterarse mejor de la realidad de las cosas. Cuando un niño trepa sobre los hombros de su padre, puede ver a mayor distancia que cuando está de pie en el suelo; y algo por el estilo hicieron esos hombres. Uno aprendió una cosa; el siguiente aprendió algo nuevo, y el que vino luego aprendió más aún; y así la humanidad se fue haciendo cada vez más instruida. Hoy sabemos todo lo que sabían nuestros antepasados, y hemos aprendido, además, mucho que ellos ignoraban; de manera que, añadiendo lo que ellos sabían a lo que nosotros hemos descubierto, es como si estuviéramos encima de sus hombros contemplando un panorama más extenso del mundo que lo que ellos pudieron ver. Y cuando ya se supo mucho acerca del mundo, púdose mirar a éste a vista de pájaro, y el resultado ha sido llegar a saber que las plantas son tan vivientes como los animales. En cierto modo, tienen aquéllas más vida que éstos, aun cuando las plantas no sean activas. La verdadera diferencia está en que la vida del animal se muestra en vivacidad o movimiento, y la de la planta se manifiesta de otra manera. Sabemos que el animal vive porque es activo y semoviente, como el muchacho, como nosotros mismos. Nuestra vida se muestra en nuestra propia vivacidad. Pero sabemos también que la planta vive, porque ayuda al animal a vivir y a ser activo, y por otras muchas razones.