Algunas consideraciones sobre las vitaminas


Los adelantos obtenidos por la química con el aislamiento y síntesis de la mayoría de las vitaminas, hicieron concebir, años atrás, la esperanza de que su empleo exacto y su dosificación adecuada resolverían el problema de la avitaminosis; pero no ha sido así. Mucho se ha mejorado en el manejo y dosificación de las vitaminas, aun en su estudio aislado y experimental en los animales, donde el investigador puede observar las características de las avitaminosis únicas; pero las dificultades aparecen en presencia de la patología humana, donde las hipoavitaminosis no son generalmente únicas, sino múltiples, y donde en consecuencia, la administración de una sola vitamina no puede resolver un estado carencial plurivitamínico.

Los antiguos médicos de la época del empirismo utilizaban alimentos y sustancias que contienen verdaderos complejos vitamínicos, tales como el aceite de hígado de bacalao, la mantequilla, la yema de huevo, los hígados de pescado, la levadura, etc.; en la época científica de las vitaminas, en cambio, se disgregaron estos complejos para administrar las vitaminas puras. El concepto que predomina actualmente es volver a formar los complejos vitamínicos, para acercarnos a lo ideado por la naturaleza, asociando las vitaminas con un criterio más biológico. Esta nueva concepción obedece a dos razones fundamentales: una, que las avitaminosis humanas son plurivitaminósicas, y otra, que es necesario emplear las vitaminas naturales, puesto que, como hemos dicho, muchas vitaminas sintéticas, puras y cristalizadas, no tienen el rendimiento cualitativo ni cuantitativo de las que nos brinda la naturaleza en carnes y vegetales frescos.

Un ejemplo evidente es la vitamina A, a la que se consideró como factor vitamínico del crecimiento; hoy ha tenido que afirmarse que la B, la D, la C, etc., son también necesarias para que dicho desarrollo se realice. Del mismo modo, se sabe que la vitamina A es fundamental para la visión; pero debe actuar en presencia de la lactoflavina (B2) que se comporta como sustancia fotodinámica, solamente en presencia del ácido ascórbico al que se llamó vitamina C.

Múltiples ejemplos podrían citarse para demostrar que la administración de una sola vitamina carece, en la mayoría de los casos, de efecto; y más aún: los interesantes trabajos de Lauber han demostrado que el escorbuto puede no ceder y aún agravarse con la administración de la vitamina C, químicamente pura.