Los remos vivientes del pulmón que expulsan el polvo


El pulmón debe ante todo conservarse, en cuanto sea posible, libre de toda materia extraña; los tubos aéreos deben asimismo conservarse libres y expeditos y sin la menor causa de obstrucción, y para conseguir este resultado existe una admirable disposición natural protectora.

Observando en el microscopio la capa de células superficiales que revisten la tráquea y los bronquios hasta muy cerca de la terminación de éstos en los alvéolos pulmonares, vemos que dichas células tienen una configuración especial; presentan, en efecto, una especie de penacho o cepillo de pelitos o pestañas, a manera de verdaderos remos implantados en aquella parte de la célula que corresponde a la luz del conducto aéreo; su semejanza con las pestañas ha sido causa de que se las designara con la palabra latina cilia, que significa pestaña.

Cada uno de estos pequeños remos o cilias, se mueve en una sola dirección, a saber, en sentido ascendente, y así pueden contribuir y contribuyen eficazmente a expulsar gran parte del polvo y suciedad que aspiramos al respirar, polvo y suciedad que al toser y expectorar sale en considerables cantidades. Pero el pulmón del obrero de las minas de carbón y el del habitante de una población populosa, prueba que ni el filtro nasal, ni los leucocitos, ni la fuerza de arrastre de la tos, ni las pestañas vibrátiles de las células de revestimiento de la tráquea y bronquios bastan para librar a los pulmones de las impurezas, que nos vemos obligados a respirar.

Otra propiedad de las más notables e importantes del tejido pulmonar es su elasticidad, propiedad debida a que contiene gran cantidad de tejido elástico, fibras elásticas, existentes igualmente en todas aquellas partes del cuerpo para cuyo buen funcionamiento se requiere la contracción. Este tejido, observado al microscopio, presenta un tinte amarillo y está constituido por las ya mencionadas fibras, que son unas finísimas hebras que se enrollan en espiral sobre sí mismas, si se las pone en libertad. El pulmón contiene gran cantidad del mencionado tejido, hecho que, como hemos dicho ya, es de gran importancia, pues la elasticidad facilita en gran manera la función respiratoria. Insistiremos sobre este hecho consignando aquí que, en estado de salud, la acción de respirar no exige de nosotros el menor esfuerzo ni molestia, porque en gran parte se ejecuta gracias a la fuerza elástica que posee el pulmón y que le obliga a reducirse a su volumen primitivo, en cuanto ha sido distendido por el aire en la inspiración.

El nombre adulto respira unas quince o diez y seis veces por minuto; la mujer una diez y ocho, y los niños con una frecuencia mayor. La respiración consta de dos tiempos, inspiración y espiración; en la inspiración el aire penetra en los pulmones, en la espiración se expulsa el aire que ha servido ya para oxigenar la sangre. Vamos a explicar brevemente el mecanismo de ambos movimientos.

Los músculos respiratorios son muy numerosos, pues en lo que se llama inspiración forzada, la casi totalidad de los músculos del tronco entran en juego; pero en la respiración ordinaria actúan sólo el diafragma y los músculos intercostales. El primero es con mucho el más importante y, por lo tanto, es de gran interés no poner el más leve obstáculo a su libre funcionamiento. Si los vestidos nos oprimen la cintura, la acción del diafragma se encuentra dificultada, y la respiración tan sólo puede verificarse por medio de las costillas.