La maravillosa estructura de los pulmones les permite alcanzar una superficie de ciento treinta metros cuadrados


Las celdillas pulmonares, a que nos hemos referido, son espacios vacíos revestidos de células, hasta las cuales llega en último término el aire. A causa de esta contextura esponjosa, un pedazo de pulmón flota en el agua como no lo hace ningún otro tejido del cuerpo, pues desde que el niño recién nacido da su primer vagido, los pulmones se llenan de aire para no vaciarse jamás. Las celdillas o alvéolos se hallan constituidas por células, o elementos vivientes, lisas y planas, por las cuales pasan los gases en el acto de la respiración. Su delgadez es extraordinaria e inmediatamente debajo de ellas pasa una rica red de

vasos capilares que contienen la sangre que ha de ser purificada. A causa de semejante disposición los gases deben traspasar dos capas superpuestas de células: la capa de revestimiento del alvéolo pulmonar y la capa que constituye el vaso capilar.

La estructura de los pulmones está admirablemente acomodada a la función de estos órganos. Se ha medido la extensión de la superficie en que el aire está en contacto con la sangre en el interior de las celdillas pulmonares, y se ha visto que puede llegar a cubrir alrededor de 130 metros cuadrados, número que debe entenderse ser el que resultaría si fueran extendiéndose una a una en un plano todas las referidas celdillas pulmonares. Desde luego se comprenderá que si el pulmón fuese tan sólo una sola cavidad grande, su extensión superficial no llegaría a ser ni de medio metro cuadrado; pero su contextura es como hemos dicho ya, perfectamente comparable a la de una esponja y de esta manera la superficie resulta tan enormemente aumentada, que es suficiente para que pueda tener lugar la purificación de toda la sangre del organismo humano.

Si observáramos el pulmón de un niño recién nacido, veríamos que tiene un color blanco de perla, teñido ligeramente de rosa por la sangre; si estuviera perfectamente exangüe, la blancura sería perfecta. El pulmón de un esquimal, si no ha respirado polvo ni carbón ni hollín, tiene el mismo color que el del niño recién nacido; el pulmón de un obrero de una mina de hulla es perfectamente negro, a causa de la gran cantidad de polvo de carbón que al respirar se ha ido depositando gradualmente en él.

La nariz no puede retener tan extraordinario número de partículas extrañas, y todas las que el filtro nasal no detiene llegan a las cámaras pulmonares atascándose en ellas, exceptuando algunas pocas, que siendo recogidas por los glóbulos blancos, pasan así al torrente circulatorio, cuyo sistema se encarga de eliminarlas. El pulmón de un habitante de una ciudad moderna es de un color gris rojizo y contiene aproximadamente la mitad de los detritus que el de un trabajador minero.