La piel es el tejido más impermeable que se conoce


La estructura y disposición de la piel le prestan extraordinaria belleza. Se la ha comparado con el terciopelo, con el pericarpio del melocotón y con otras muchas cosas; pero nada hay que reúna las cualidades de la superficie cutánea cuando ha sido algo cuidada y no se la ha expuesto excesivamente a la crudeza de la intemperie. La finura de la piel ofrece al tacto un verdadero placer; todo el mundo gusta, por ejemplo, de acariciar la mejilla de un niño, porque no hay nada tan suave. Otra importante propiedad de la piel es su impermeabilidad, pero advirtamos que ésta es unilateral y en sentido de fuera a dentro. Por una disposición especial de su estructura, la piel puede tomar agua de la sangre y desprenderla en la atmósfera; en cambio el agua exterior no puede entrar por la piel ni aun siguiendo los diminutos canales por donde sale el sudor. Es, desde luego, de la mayor importancia el hecho de que la piel sea casi impermeable, como lo es también la circunstancia de que pueda libertar a la sangre del exceso de agua que contiene. Muy difícil sería encontrar otra materia que, permitiendo el paso del agua por un lado, fuese perfectamente impermeable por el lado opuesto.

La función primordial de la piel tiene, naturalmente, por objeto proteger de la suciedad a los tejidos que debajo de ella existen. Si la capa más superficial de la piel fuese también viva sufriría no poco a causa de la inmundicia que sobre ella se deposita de un modo incesante; pero otra de las propiedades más notables de la piel consiste precisamente en que, siendo producto de la vida su capa más externa o superficial, no es ya una parte viva, como no lo es tampoco, por cierto, el borde de las uñas,