Cómo la lengua actúa de centinela para librarnos de todo lo nosivo


Así la lengua viene a ser un centinela de nuestra economía, porque a más de ser el órgano del gusto también lo es del tacto, y encuentra cuerpos, como los huesos, que nos causarían daño si nos los tragáramos. Químicamente hablando es también un centinela, porque con el gusto nos dice lo que deseamos saber respecto a la composición química de nuestros alimentos. Reconoce el azúcar y lo deja pasar, porque es bueno para el cuerpo. Cuando en nuestras comidas entra alguna vianda que está pasada, nos lo indica haciéndonos notar su mal sabor, salvándonos así del daño que nos podría causar si nos la comiéramos. La lengua, lo mismo que todas las demás partes del cuerpo, puede cometer errores; pero no con frecuencia.

No creemos que el fin del sentido del gusto sea inducirnos a comer. Cuando verdaderamente nos sentimos hambrientos, hasta el pan más duro nos parece excelente, a pesar de no tener ningún gusto. Por otra parte, las personas que han perdido la lengua o el sentido del gusto, sienten ganas de comer, lo mismo que las demás. Así pues, es de creer que la facultad de poder gustar las cosas no tiene por objeto inducirnos a comer, sino ayudarnos a elegir los alimentos, y esto es de gran importancia.

Esto lo demostramos nosotros mismos, cuando decimos que una persona tiene “buen gusto”. No es que queramos decir, por ejemplo, que está ávido de música, sino que sabe escoger entre la buena y la mala música; y “buen gusto” con respecto al vestir no quiere decir que a una persona le guste ir vestida, pues esto le gusta tanto si tiene buen gusto como si lo tiene malo, sino que sabe elegir entre las telas toscas y las finas, entre los colores chillones y los serios. Consideremos, pues, el gusto como seleccionador y procuremos no engañar la lengua cargando de sustancias de sabor fuerte nuestros alimentos.