Cómo y por qué damos colorido a nuestras voces


Una persona que hablase siempre en el mismo tono, es decir, que su voz fuese monótona, nos sería insoportable. También damos diferente fuerza a los sonidos cuando hablamos y, además de la nota especial que estamos pronunciando, usamos diversas clases de lo que comúnmente se llama color o matiz de la voz. A un niño le hablamos con un timbre más tierno que a un adulto. Hay diferentes matices de expresión; y podemos ponerlos en las mismas palabras habladas, en las mismas notas y con la misma fuerza.

Ahora bien, la razón por la cual ha sido necesario penetrar cuidadosamente en este asunto es que deseamos hallar la diferencia entre hablar y cantar, y la primera cosa que encontramos es que, en lo esencial, el cantor no hace más de lo que hace el que habla. Emplea distintas notas, usa distinta fuerza y otros matices, y aun podemos añadir que los dos se sirven de distinto ritmo y también de diferente velocidad.

Pero nadie dirá que hablar y cantar son la misma cosa y todos saben lo que es oír a alguien hablar con voz cadenciosa.

Pues bien, preguntémonos qué ocurre cuando una persona que está hablando de la manera ordinaria habla cadenciosamente o canta. Lo que sucede es que ahora produce notas a las cuales ha fijado intervalos regulares, como las notas de un piano. Cuando hablamos, no usamos los intervalos de tono musicales y fijos, sino que subimos y bajamos la voz, sin tener en cuenta tales intervalos. Además, es cierto que, por lo regular, en la conversación mantenemos la voz dentro de límites de media octava o menos, mientras cantando la extendemos por un par de octavas o más. Pero aunque esto sea evidente, no es la verdadera diferencia entre hablar y cantar, la cual está en que cantando usamos solamente notas con intervalos fijos, hablando dejamos descansar la voz donde nos place. Comprenderemos mejor observando lo que sucede en el violín. El violinista arranca del violín notas definidas, como las que hay en un piano, colocando firmemente los dedos en las cuerdas a intervalos fijos.

El gran problema del violinista consiste en colocar siempre los dedos exactamente en los sitios correspondientes de las cuerdas. Pues bien, cuando cantamos hacemos lo mismo que si usáramos aquellos intervalos, con la diferencia, como hemos visto, de que no damos las notas siguiendo el método del violinista, sino estirando o aflojando nuestras cuerdas vocales. Si no usamos estos intervalos, los que nos oigan cantar dirán que desafinamos, y se irán del salón todo lo de prisa que puedan, y solamente nos invitarán a cantar los que nunca nos hayan oído.