Por qué el espíritu necesita de alimento tanto como el cuerpo

Como hemos visto ya, los alimentos del espíritu deben ser de una especie con la cual éste pueda trabajar; pero, cuando nos hayamos convencido de que los que tenemos a mano son los que le convienen, y cuando la inteligencia los tiene ya a su disposición, entonces somos nosotros los que debemos digerirlos, pues nadie puede hacerlo por nosotros, ni más ni menos que si nuestro padre o nuestra madre quisiesen digerir nuestra comida por nosotros. Ellos nos facilitan los alimentos, pero éstos no nos aprovechan a menos que sean digeridos y asimilados, y estas funciones sólo nosotros podemos hacerlas.

Así pues, la gran pregunta que se nos presenta es: ¿Cómo podemos digerir los alimentos con los cuales se nutre nuestro espíritu?

Y la respuesta será ante todo: Pensando mucho y meditando más.

Así como la lengua y el estómago y la pared muscular del intestino vuelven y revuelven los alimentos que comemos, nosotros hemos de meditar y pensar en todo lo que leemos y oímos. Entonces es cuando están dispuestos para la digestión; pues digerir es convertir los alimentos en otras sustancias más propias para la absorción. Sentado esto, proseguiremos diciendo que los niños deben cambiar cuanto se dice en este libro en sus propias palabras, considerarlo a su manera y meditarlo varias veces: quitar de él todo lo que les parezca malo o inútil, tal como el intestino obra respecto de los alimentos; combinar lo que hayan aprendido en la historia de la vida con lo que se aprende en la historia de la tierra, y de esta suerte, estas lecciones serán gradualmente bien asimiladas por su inteligencia.