Los alimentos vigorizan el cuerpo, los del espíritu nos dan vida y fuerza

Así como los alimentos al penetrar en la sangre dan vida y vigor al cuerpo, del propio modo lo que aprendemos, cuando nuestra inteligencia lo ha asimilado, comunica al espíritu vigor y vida; y como el cuerpo con los alimentos que recibe está dispuesto para obrar y moverse, así el espíritu, si está perfectamente nutrido de sanas doctrinas, se hallará en disposición de obrar, de exponer nuevas ideas y guiar nuestros pasos.

Más aun, el cuerpo necesita nueva provisión de alimentos todos los días, desde que nacemos hasta que morimos. No vale comer solamente cuando somos pequeñitos, y dejar de hacerlo cuando ya somos mayores. Hemos de ingerir nuevos alimentos toda la vida, pues de lo contrario pereceríamos. Lo propio sucede con el espíritu. No es suficiente aprender cosas en la escuela y luego dejar de aprenderlas. Es necesario que haya constantemente nuevos alimentos para nutrirlo toda la vida, como tiene que haberlos toda la vida para el cuerpo. De otro modo, el espíritu sentirá hambre y desfallecimiento y aun perecería. Hay en el mundo muchísimas personas que tienen sumo cuidado en alimentar bien el cuerpo; pero que han dejado de alimentar el espíritu desde hace ya largo tiempo, o, si lo alimentan, es con sustancias que no lo nutren y no pueden ser absorbidas y se olvidan; así su inteligencia desfallece y muere.