Lo que sucede cuando respiramos aire que no es puro


Nunca será bastante elogiada la bondad del aire puro, ni se pecará por exceso aun cuando insistamos mucho acerca de la diferencia entre respirar aire puro o aire impuro. En lo que concierne a la materia sólida y a los microbios del aire, gozamos de alguna protección, en tanto que respiremos por la nariz; pero el filtro nasal, aunque basta para la clase de aire que deberíamos respirar, no es suficiente para filtrar la clase de aire que muchos de nosotros respiramos; y por lo que hace a los gases nos hallamos del todo indefensos. Si en el aire que respiramos hay demasiado anhídrido carbónico -porque es aire que ya hemos respirado nosotros mismos o algún otro-, entonces el anhídrido carbónico de nuestra sangre no puede desprenderse de ella con la necesaria rapidez con que debiera hacerlo.

La consecuencia de todo esto es que nosotros vivimos o intentamos vivir con sangre sobrecargada de anhídrido carbónico. Todos los tejidos del cuerpo sufren, pero el que primero y principalmente padece es el cerebro, que necesita sangre pura, más aún que cualquiera otra parte del cuerpo. La ventilación deficiente que se observa en las salas de las escuelas es, por tanto, una de las razones más poderosas por la cual muchos niños que asisten a las clases o se duermen o no recuerdan lo que han aprendido. Otra de las razones es que el hecho de respirar aire impuro disminuye las defensas del organismo contra los gérmenes de muchas enfermedades y predispone a contraerlas. Entre los que viven en esas condiciones se nota muchas veces un evidente aspecto enfermizo y, además, la comprobada facilidad con que contraen infecciones.

Con respecto a los otros gases deletéreos que se mezclan con el aire, la mayor parte de los cuales se han desprendido de los pulmones y de la piel, tanto de nuestra persona como de los demás, el cuerpo carece de medios de protección. Pasan estos gases a la sangre desde los pulmones con la mayor prontitud, pues las celdas pulmonares no pueden detenerlos; y entonces la sangre los lleva a todas partes del cuerpo y los distribuye con gran perjuicio para nosotros. Los niños, a quienes se deja vivir en medio del aire impuro, padecen lo mismo que las plantas que viven en igual estado o los peces que viven en agua que no se haya renovado. Para todos ellos la situación es la misma.