Un error común que afecta a todos nuestros actos


El error que comúnmente se comete al olvidar la influencia del corazón en nuestros juicios y decisiones, condúcenos a pensar que con sólo instruir a las personas obrarán razonablemente. Afirmase con frecuencia que el hombre es un animal racional, es decir, dotado de razón. Cierto que el hombre posee esta facultad; poro con ésta sola no haría nada jamás; nunca ejecutaría movimiento alguno voluntario y deliberado. El error de que hablamos es muy grave, porque afecta a cuanto hacemos en materia de instrucción o de educación.

Por regla general, demostramos muy escaso interés por los sentimientos o emociones de los jóvenes, a pesar de constarnos que son los principales impulsores de lodos los actos humanos, y dedicamos, en cambio, toda nuestra atención al cultivo de su inteligencia, como si por el hecho de conocer el bien hubieran de seguirlo. Le enseñamos al niño que no se debe reñir, y su intelecto comprende perfectamente lo que le queremos decir, a pesar de lo cual es posible que riña, causándonos con ello gran sorpresa y decepción. Esto ocurre, porque no nos hemos detenido a estudiar en primer término lo que podríamos llamar idiosincrasia de la naturaleza humana. Lo que necesitamos al presente y lo que siempre se ha necesitado son nombres de buena voluntad; y el principal objetivo de una educación bien entendida, y el verdadero modo de formar a la juventud, es tratar de hacer de ella hombres y mujeres de buena voluntad. Esto es lo que queremos significar cuando hablamos de formar el carácter de los niños; y la importancia de tal sistema de educación radica en el hecho de que este carácter más que la inteligencia regula nuestra conducta. Todo el secreto estriba en infundir desde luego en los educandos hábitos de someter, en forma invariable, los movimientos pasionales a los dictámenes de la recta razón.