Fuimos prisioneros del capitán Nemo a bordo del submarino


Aunque les hablamos en francés, en inglés, en alemán y en latín, aquellos hombres parecían no comprendernos, y el lenguaje de que se servían nos era completamente desconocido. Pero nos dieron, eso sí, ropas y alimentos. Después de la comida, que fue deliciosa, aunque extraños los manjares, nos acostamos todos y dormimos con el sueño profundo y reparador de quien tiene las fuerzas enteramente agotadas.

Al siguiente día. aquel hombre alto que, según supe más tarde, hacíase llamar el capitán Nemo, y era el dueño y señor del maravilloso buque submarino, vino a mí y hablándome en francés, dijo:

-He meditado mucho sobre vuestra situación, y no he querido hablar sin pensar bien antes lo que tengo que deciros. Vosotros me habéis perseguido con la intención de destruirme: yo vivo fuera de la sociedad por causas sólo por mí conocidas... Pues bien: ved lo que he decidido. Os doy a elegir entre la vida y la muerte. Si me juráis una obediencia pasiva y os sometéis de grado a que yo os tenga encerrados en vuestro camarote algunas horas, o días, según sea necesario, estaréis en salvo. Vos, señor Arronax, sois quien menos puede quejarse, porque habéis escrito una obra sobre la vida del mar (ahí, en mi biblioteca, tengo precisamente vuestro libro) y os será muy provechoso conocer sus maravillas, que yo os enseñaré de mil amores. ¡Oh, tengo a estas cosas un entrañable cariño! Sobre ellas jamás reinar conseguirán los déspotas.

No pudiendo hacer otra cosa, claro es que nos sometimos. Con esta seguridad, el capitán Nemo enseñóme su maravilloso buque.