Casi en contacto con el extraño monstruo luminoso


Dio orden el capitán de retroceder con toda rapidez, pues el monstruo luminoso nos alcanzó enseguida y comenzó a dar vueltas en torno de la fragata con velocidad pasmosa.

Sus luces desaparecían y volvían a aparecer súbitamente al otro lado del buque. Veíase claramente lo peligroso que era acometer en la oscuridad. Por fin, sobre las doce de la noche, desapareció del todo, apagándose como una colosal luciérnaga, mas no nos dejó en paz mucho tiempo: a las dos de la madrugada volvía a aparecer por barlovento, a cinco millas de nuestro buque. Subió a la superficie como para tomar aliento, y al precipitarse el aire dentro de sus grandes pulmones, producía el mismo efecto que el vapor en los vastos cilindros de una potente máquina de 2.000 caballos de fuerza.

-La verdad es -me dije- que una ballena con la fuerza de un regimiento de caballería sería un hermoso e interesante cetáceo.

Todo estaba ya preparado para comenzar el ataque, que iba a efectuarse al rayar el alba, y Ned Land entretanto, iba afilando tranquilamente su enorme arpón; pero a las seis de la mañana volvió a desaparecer el monstruo, y una niebla densísima, que se cernió en aquellos instantes, nos impidió observar sus movimientos. A las ocho empezó a disiparse la niebla y entonces, tan inopinadamente como en la noche anterior, oyóse la voz de Ned Land que gritaba: “¡La caza está a babor!”. Efectivamente, a milla y media de distancia, veíase un cuerpo negro monstruoso, que mostraba el lomo por encima de las olas y dejaba tras sí una estela de deslumbradora blancura, como si su inmensa cola convirtiese el agua en espuma.