La primera noche que pasó en la isla el marinero náufrago


Sin embargo, no tardó mucho Crusoe en darse cuenta de la triste condición a que se veía reducido: estaba calado hasta los huesos, no podía mudarse el vestido; no tenía qué comer, ni qué beber; no llevaba consigo ningún arma; no poseía más que un cuchillito, una pipa y un poco de tabaco en la petaca. Llegaba la noche y el único recurso que se lo ofrecía era un espeso bosque de abetos, lleno de peligros.

Ante todo, necesitaba comer y beber, por eso se internó en él, y tuvo la suerte de dar con un arroyo de agua fresca, con la cual se reanimó. Con eso y con el tabaco, había para engañar el hambre. Poco después quedó profundamente dormido.

Tan fatigado estaba, que no despertó hasta ya entrado el día; habíase calmado la tempestad y el cielo estaba completamente sereno.