De cómo Crusoe logró salvarse del fatal naufragio


El buque en que Crusoe y sus compañeros habían zarpado de Brasil, hubo de sufrir doce días después los efectos de un violentísimo huracán, que desbarató todos sus planes. Uno de los tripulantes murió de calentura, y un marinero y un grumete fueron arrebatados, ante sus ojos, por las embravecidas olas.

Se resolvió que el buque hiciera rumbo a las Indias Occidentales, por las malas condiciones en que estaba, pero sobrevino otro furioso tornado y por espacio de doce días el barco fue juguete del viento.

A merced de los ciclones y las olas, no dejaban los unos de suspirar por descubrir tierra, mientras otros encerrados en sus camarotes, esperaban el momento en que la embarcación encallara en algún banco de arena, o que las olas la despedazaran. Once hombres embarcaron en una canoa, entregándose a la voluntad de Dios y a la furia del mar, cada vez más terriblemente tempestuoso.

Habiendo navegado legua y media, una ola tan grande como una montaña cayó con tal furia sobre el bote, que le hizo zozobrar y sus tripulantes fueron tragados por el abismo en un solo momento.

“El mar me echó a tierra, dice Crusoe, o, mejor dicho, me arrojó contra una roca sobre la cual fui a caer sin sentido. Gracias a que volví en mí antes de la pleamar, pude llegar a tierra y contemplar con gran satisfacción, desde la costa, el peligro de que me había librado; además estaba en condiciones de volver al barco al llegar la hora de la bajamar.

“Hallábame, pues, en tierra, sano y salvo, di gracias a Dios por haberme salvado la vida en tan terrible trance, pues todo fue cuestión de algunos minutos, pasados los cuales no hubiera habido ya esperanza alguna. Imposible sería expresar los éxtasis y transportes del que ve salvada su vida como me vi yo, después de tan tremendo peligro. Caminé a lo largo de la playa, tocándome y palpándome para cerciorarme de si vivía; hacía mil gestos y movimientos para convencerme de que era yo mismo, y pensé en la suerte de mis camaradas, de los cuales no se había salvado ni uno solo. Jamás los volví a ver; únicamente, después, pude recoger tres sombreros, una gorra y unos zapatos, a ellos pertenecientes. No se apartaban mis ojos del buque estrellado que yacía a lo lejos. ¿Cómo el Señor había sido tan bueno conmigo, permitiéndome llegar a la orilla?”