Crusoe descubre la huella de un pie humano en la arena


Un día, después de haber vivido quince años en la isla, quedóse Crusoe profundamente sorprendido al ver impresa en la arena la huella de un pie humano desnudo. La impresión que le causó su vista fue como si hubiera surgido ante él una aparición, y echó a correr hacia su fortaleza, ni más ni menos que si lo persiguieran. No pudo dormir en toda la noche, lleno de miedo; no salió de su albergue en tres días y tres noches.

Desde el lugar opuesta de la isla había divisado Crusoe una confusa faja en el horizonte, que creyó siempre tierra firme, y dedujo que la huella del pie habría sido dejada por algún salvaje del continente; lo cual le hizo tomar las mayores precauciones para su seguridad.

Cuando algún tiempo después descubrió numerosos cráneos y huesos humanos, restos de un festín de caníbales, retiróse precipitadamente a su casa, felicitándose de haberla construido en un paraje de la isla donde no se dejaban ver los salvajes. Una mañana, a los veintitrés años de estar en aquel paraje, quedó aterrado al ver una partida de salvajes en aquel lado de la isla, y bajando a la playa después de haberlos viste partir, se encontró con los restos de otro banquete de caníbales, lo cual lo movió a redoblar sus precauciones, para no ser descubierto.

Meses después ocurrió otro naufragio y Robinson pudo disponer de gran cantidad de nuevos objetos. Al cabo de dos años, volvió a sentirse alarmado por la. llegada de otra partida de salvajes que conducían a dos prisioneros. Mientras descuartizaban a uno, el otro echó a correr en dirección a la cabaña de Crusoe. Diéronle caza tres caníbales. Crusoe socorrió al fugitivo, que desde entonces se convirtió en su devoto servidor; y como este incidente ocurrió en viernes, Crusoe dio al negro el nombre de Viernes. Éste aprendió muchas palabras inglesas y llegó a ser, para el náufrago, un excelente y útil compañero.