El tremendo gigante que halló a Gulliver entre las espigas


“Entonces -dice- aquel colosal ser humano dio algunos pasos cortos y mirando en torno suyo por algún tiempo, hallóme por fin echado en el suelo. Detúvose un rato pensando qué haría, como quien trata de coger con cuidado un pequeño animal peligroso para que no le arañe o le muerda. Decidióse, al fin, a levantarme por la cintura, sirviéndose del índice y del pulgar, y separóme a una distancia de tres metros, poco más o menos, de sus ojos, a fin de contemplar mi figura con toda comodidad.

“Adiviné lo que se proponía con aquella investigación y diome tanta presencia de ánimo mi buena fortuna, que resolví no resistir lo más mínimo (mientras el gigante me sostenía en el aire a una altura de dieciocho metros de tierra), por temor de deslizarme entre sus dedos. Todo lo que intenté fue levantar los ojos hacia el sol, cruzar las manos en señal de súplica, y pronunciar algunas palabras en tono humilde y melancólico, adaptado a las circunstancias, pues pensaba a cada momento que iba el gigante a arrojarme al suelo. Mi buena estrella, sin embargo, continuaba protegiéndome, pues me pareció que estaba muy satisfecho de mi voz y de mis ademanes y empezó a mirarme como una cosa rara, admirándose sobremanera al oírme pronunciar palabras articuladas, aunque no podía comprenderlas.”