Gulliver en la tierra de Brobdingnag y lo que aconteció entre los gigantes


Gulliver sentía, como Robinson Crusoe, una verdadera pasión por los viajes. El día 20 de junio siguiente al de su regreso de Liliput, hízose de nuevo a la vela, pero esta vez para Surat, a bordo de la Aventura. Un año después, poco más o menos, fue arrojada la nave hacia el este, más allá de las islas Molucas. Como el buque necesitase hacer aguada, el capitán mandó a tierra a unos cuantos hombres en la canoa. Gulliver hallábase entre ellos. Ya en tierra, aventuróse éste a separarse hasta una distancia de un kilómetro y medio de la orilla del mar.

Al volver a la ensenada, halló a sus compañeros embarcados en la canoa y remando furiosamente hacia el buque, para salvar la vida. Iba ya a gritarles, cuando observó que un ser humano de colosal estatura andaba tras ellos por el mar, pero como los hombres le llevaban alguna ventaja, pudieron llegar a bordo sanos y salvos. “Esto, dice, me lo refirieron más tarde, pues yo no me atreví a detenerme para presenciar el fin de la aventura, y eché a correr tan aprisa como pude por el mismo camino que había tomado al principio, y luego trepé por la escarpada pendiente de una colina, desde la cual pude echar una ojeada al paisaje.”

Toda la tierra estaba cultivada con esmero; y lo que primero le sorprendió fue la longitud de la hierba, que en aquellas tierras, muy propias al parecer para el cultivo del heno, tenía una altura de seis metros aproximadamente. Salió a la carretera; a lo menos, así se lo imaginó, aunque para los naturales no era más que un sendero, y estaba practicado a través de un campo de cebada. Anduvo por allí durante algún tiempo, pero no pudo ver mucho de la campiña que se tendía por cada lado, porque, como estaba cercana la época de la siega, la cebada se elevaba a una altura de más de doce metros.

“Estuve una hora -prosigue diciendo- caminando hasta el extremo del campo, y lo hallé rodeado de una empalizada de más de treinta y seis metros de altura, y los árboles tan gigantescos, que no me fue posible saber cuánto medían.

“Púseme a reconocer la valla, para ver si descubría algún boquete, y vi a un individuo en el campo contiguo que se encaminaba hacia la empalizada y tenía la misma colosal estatura que el que yo había visto en el mar persiguiendo a mis compañeros. Parecía tan alto como la cúpula de una iglesia, y recorría unos diez metros a cada paso. Quédeme atónito y sobrecogióme tan gran miedo, que corrí a esconderme entre las espigas, volviendo la vista atrás para ver lo que pasaba en el otro campo. Oíle llamar con una voz mucho más fuerte y penetrante que la emitida por una bocina, el ruido se extendía a regiones tan altas, que creí al principio que era el trueno. Al estruendo de estas voces vinieron hacia él monstruos de su misma catadura, armados de hoces del tamaño de seis guadañas cada una.”

Mientras Gulliver se lamentaba de su locura y obstinación en haber intentado un segundo viaje despreciando los consejos de todos sus amigos y conocidos, y cuando se hubo escondido, temblando de miedo, en una pequeña loma, acércesele tanto uno de los segadores, que, comprendiendo iba a morir aplastado o partido en dos con la hoz, se puso a gritar desaforadamente.