El trabajador del mar. Cómo aguzó Gilliatt su ingenio para luchar contra la naturaleza


En una de las cuevas aparejó Gilliatt una tosca fragua con piedras y material del naufragio; porque no era solamente pescador, sino que estaba dotado por la naturaleza de todos los recursos e inventivas del ingeniero. Su vida de pescador y marino, desempeñando siempre los cargos más humildes, no impedía que desplegase ahora, ante el naufragio, la invención de los más ingeniosos medios, a pesar de la carencia de herramientas adecuadas; pero lo que le animaba, sobre todo, para realizar la gran tarea que se había impuesto, era la esperanza de que fuese novia suya la muchacha más linda de Guernesey.

Con el vigor de un gigante y la industria del que pugna por salvar su vida, proseguía Gilliatt su labor día por día, sosteniéndose tan sólo con los mariscos que arrancaba de las rocas. Trozo a trozo fue sacando las paletas de las ruedas, que depositó cuidadosamente en su balandra. Con toscas sierras y escoplos, improvisados con objetos del naufragio, extrajo las cuadernas y tablas de la Durande hasta quedar al descubierto la preciosa máquina.

Sentado en las rocas, con los brazos cruzados y animoso el semblante, reflexionaba sobre la tarea más grande que tenía que realizar. ¿Cómo transportar la máquina desde el vapor naufragado a una balandra? ¿Cómo levantar aquella masa enorme y depositarla luego a bordo de su embarcación? El empeño hubiera podido ser fácil, contando con poderosas herramientas; de otra suerte, la obra tenía que ser una maravilla de la ingeniería, que las supliera.