De cómo fue sacada la máquina y embarcada en la Balandra


Sólo el hecho de que Gilliatt poseyera una inteligencia tan superior a la de un pescador ordinario explica cómo había podido aceptar su terrible tarea. Los sufrimientos que había soportado, hora por hora, habrían rendido al más valiente; y en su desigual batalla con el mar, tan sólo la ansiedad del inventor por ver realizado su plan le había ayudado en su empeño, con la esperanza de poder un día regresar a Saint-Malo, hecho un hombre notable por su proeza, y teniendo por esposa a la joven más encantadora de Guernesey. Estos pensamientos le animaban en su obra, y le prestaban ardimiento para el trabajo, redoblando sus fuerzas y estimulando su actividad para alcanzar el premio, que preveía cercano.

Solamente a costa de titánicos esfuerzos pudo fijar una serie de grandes pernos en la roca, a los que sujetó las inmensas piezas del buque náufrago, formando una especie de enorme puerta a través del estrecho desfiladero de los dos pilares de roca; y entonces fue cuando se aventuró Gilliatt a sacar la balandra del seguro abrigo en que la había dejado para llevarla a la peligrosa posición debajo de los restos de la Durande. El plan consistía ahora en guiar la gran masa de la máquina y la tablazón, que estaba suspendida por los cables, de las vigas, a la cubierta de su espaciosa y vacía balandra.

Difícil es referir el estado de su ánimo; por un momento creyó que todo el resultado de su ingenio y su destreza sería el irse a pique la balandra; pero con grande alegría, cesaron de chirriar las tirantes poleas, los cables se aflojaron y la máquina quedó depositada en salvo dentro de la embarcación.