Feliz desenlace: casamiento del joven Renzo y la bella Lucía


Muy pronto, otra plaga aun más terrible cayó sobre el país, siguiendo las huellas de las hordas germanas. Por todas partes por donde habían pasado éstos, comenzó a hacer estragos el espantoso cólera, extendiéndose con la rapidez del rayo. La atroz epidemia llegó al territorio de Bérgamo, y Renzo fue uno de los primeros atacados del mal; pero joven y robusto como era, triunfó de la enfermedad. Mientras estuvo en el lecho no se apartó Lucía un instante de su pensamiento, y tomó la resolución de ir a verla en cuanto estuviera sano para tratar de disuadirla del voto insensato que había hecho.

Inés se hallaba en otro pueblecito algo distante; el padre Cristóbal había sido trasladado; y Lucía, su querida Lucía, estaba en Milán con doña Práxedes. A Milán fue, pues, Lorenzo en su busca. Halló la ciudad entera presa de la horrible plaga, y tuvo bastante dificultad en encontrar la casa que buscaba. Allí supo que Lucía había sido trasladada al hospital, atacada también del mal terrible. A él encaminó sus pasos Renzo, vacilando entre el temor y la esperanza.

No hay palabras que puedan describir el horror de la escena de que fue testigo Lorenzo en el hospital. Prestando a los míseros atacados los auxilios de su sagrado ministerio, encontró a su antiguo amigo, el padre Cristóbal, a quien contó los acontecimientos últimamente ocurridos. El capuchino, después de haber hecho comprender a Renzo el deber que tenemos de perdonar a nuestros enemigos, lo condujo a un lecho donde agonizaba don Rodrigo, horriblemente desfigurado por la enfermedad; y Lorenzo, movido a compasión, se arrodilló un momento junto a él, orando. Después volvió a levantarse, y empezó de nuevo a buscar a Lucía.

Por fin hallóla entre los enfermos ya convalecientes, pero ninguno de sus argumentos logró hacerla desistir de su voto. Desesperado el joven, le dijo que fuera a ver al padre Cristóbal, y le pidiera su parecer. Al oír la historia, el piadoso fraile dijo a Lucía que su voto no podía obligarla, porque no tenía libertad para pronunciarlo. Había dado palabra de matrimonio a Lorenzo, y por tanto ni Dios ni la Virgen podían aceptar voto semejante. La absolvió, pues, plenamente de cuantas obligaciones aquel voto pudiera imponerle, y así quedó tranquila la niña.

No pasó mucho tiempo sin que se celebrara su boda con Renzo. La joven y feliz pareja se trasladó a Bérgamo, cerca del primo Bartolo; y, al cabo de poco, él y Lorenzo compraron una fábrica de seda y se establecieron por cuenta propia. A la primera niña que nació al año de matrimonio le pusieron el nombre de María, en honor de la Santísima Virgen, que de modo tan maravilloso los había conservado el uno para el otro.