El cardenal Federico Borromeo conmueve al hombre misterioso


Contó después la historia de Lucía al cardenal, quien consideró la obra de la liberación de la joven como una especial merced que Dios otorgaba al caballero en señal de su gracia y perdón. Pronto quedaron convenidos respecto a los detalles del plan trazado; y una buena aldeana, con el cura de la parroquia de Lucía, el padre Abundio, que acertaba a contarse entre los que se habían reunido para honrar al cardenal, fueron enviados al castillo antes de regresar a él el arrepentido caballero, con el fin de tranquilizar a la joven y acompañarla a un asilo seguro, hasta que pudiera llegar su madre. El Hombre Misterioso fue desde entonces amigo fiel y protector decidido de la familia, que tan cruelmente había ofendido.

Gracias a los bondadosos cuidados del cardenal, se halló un tranquilo refugio para Lucía en casa de una caritativa dama llamada doña Práxedes, que la tomó a su servicio, y con cuya familia marchó después a Milán.

Con la protección del cardenal y del poderoso caballero, cuya conversión era indirectamente obra suya, Lucía estaba a salvo, desde aquel momento, de las maquinaciones de don Rodrigo, pero su pensamiento se veía con frecuencia atormentado con el recuerdo de aquel voto, que no acudía jamás a su mente sin acongojarla. Cuando, por último, su madre logró tener noticias directas de Renzo, Lucía le envió un mensaje hablándole de su voto y rogándole la olvidara para siempre.

Durante todo el invierno y la primavera siguiente se hizo sentir en Milán la carestía de víveres; y los obreros, en particular los más pobres, se vieron reducidos a la más horrible miseria. Para colmo de males llegó en otoño un ejército alemán, en dirección al territorio de Mantua devastando cuanto hallaba a su paso.