Lucía decide hacer sacrificio de su amor por Lorenzo


Lucía pasó una noche horrible. Rehusando todo alimento y comodidad, se acurrucó en un rincón, pasando sin cesar las cuentas de su rosario e implorando la protección de la Virgen. De pronto le ocurrió el pensamiento de que su oración sería más fácilmente atendida si ofrecía a la Virgen algo de mucho valor para ella. Convencida de que su idea era buena, empezó a reflexionar, y descubrió que sólo una cosa preciosa poseía en el mundo, pero ésta de inestimable valor: el amor de Lorenzo. Decidió hacer el sacrificio de su pasión, prometiendo a la santísima Virgen que, si la conducía sana y salva a los brazos de su madre, renunciaría a su novio y guardaría perpetuamente su virginidad. Este voto devolvió a su inquieto corazón un poco de calma y pudo entonces conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, después de una noche agitada, despertó el Hombre Misterioso al alegre repiqueteo de las campanas de los alrededores, y al preguntar la causa de este excesivo júbilo, supo que lo motivaba la visita del venerado arzobispo, cardenal Federico Borromeo. Había algo en la reputación de santidad del hombre de Dios, y, al mismo tiempo, en el fondo inquieto de su alma, que decidió ir a visitarlo, y con su presteza habitual se puso inmediatamente en camino para la aldea donde el cardenal había pasado la noche. Encontró los caminos llenos de gente que iba allá con el mismo fin; todos le lanzaban miradas que traslucían recelo y desconfianza.

El cardenal recibió con las mayores muestras de cordialidad y afecto a su inesperado visitante, hasta el punto de que el corazón del Hombre Misterioso se conmovió como nunca en su vida. El buen cardenal no cesó en sus piadosas tentativas para volverlo al buen camino, y tal fuerza de persuasión tuvieron sus palabras, que el cambio obrado en el ánimo del caballero fue completo, y el que momentos antes era un empedernido malvado lloraba con el corazón aligerado y enternecido por el arrepentimiento.