La llegada del invencible Reinaldo infunde nuevos bríos a los caballeros cristianos


Finalmente, llegaron a la isla de Armida y, al desembarcar, vieron su soberbio palacio en la cumbre de una montaña- Al día siguiente emprendieron la ascensión, desafiando los peligros de gran número de leones, serpientes y otros animales, y resistiendo a los atractivos de hermosísimas ninfas que querían distraerlos de su misión. Al entrar en el palacio, se hallaron en un jardín bello como el Paraíso, lleno de las más lindas flores, cuyos árboles estaban poblados de mil canoros pajarillos; y escondiéndose entre los arbustos divisaron a Reinaldo vestido de ricas y delicadas telas, conversando con Armida. Esperaron a que quedara solo, y entonces se adelantaron hacia él. La vista de las armaduras despertó en Reinaldo su antiguo amor al deber y al honor y miró sus magníficos vestidos con desvío y vergüenza. Sus compañeros le conjuraron a que volviera al ejército de Cristo: el noble joven depuso sus vestiduras de seda; y, sin hacer caso de las lágrimas ni de la ira de Armida, corrió con sus amigos hacia la orilla del mar. Pronto se hicieron a la vela con rumbo a Tierra Santa, mientras la hermosa Armida, enfurecida, destruía su castillo con sus malas artes y huía luego ante ellos para juntarse con sus enemigos.

Al llegar al lugar donde se hallaba el ejército que Egipto había enviado en socorro de Jerusalén, Armida juró vengarse de Reinaldo, y prometió su persona y su reino al que le entregara su cabeza. Pero Reinaldo, arrepentido, había confesado sus errores al llegar al campo cristiano, y había sido cordialmente recibido por Godofredo y todos sus caballeros- En breve dio muestras de su antiguo valor, penetrando solo en la selva encantada y librándola de los malignos espíritus que tal temor habían infundido a todos los ánimos. Los leñadores pudieron ir a cortar madera de los árboles, y a los pocos días estaba construida una enorme torre montada sobre ruedas, mucho más formidable que la incendiada por Clorinda.