Dos caballeros cristianos van en busca del invencible Reinaldo


Entretanto, Godofredo no pensaba sino en reemplazar la antigua torre por otra aun más alta; al efecto, mandó leñadores a la sierra para que trajeran buena provisión de madera con que empezar los trabajos. Pero el mago de la ciudad, adivinando con sus artes diabólicas estos preparativos, encerró un espíritu maligno dentro de cada árbol, y no hubo hombre capaz de trabajar en aquellas maderas. El mismo Tancredo, queriendo darse cuenta de tan extraño caso, cortó un árbol con su espada, pero el demonio que dentro moraba, imitando la voz de Clorinda le echó en cara que quisiera matarla por segunda vez; entonces el caballero, perdido el valor, regresó a su campo-Otras calamidades siguieron; el país fue asolado por un calor y sequía insoportables, y en las huestes cristianas hubo rencillas y deserciones.

En su desamparo clamó Godofredo al Altísimo, y recibió la promesa de una inmediata victoria. El Señor le envió una visión haciéndole ver la vanidad de las cosas creadas, comparadas con las del cielo; y habiendo pedido luz para conocer su deber, una voz le contestó que llamara a Reinaldo de su destierro; y que siendo él la cabeza de la empresa, Reinaldo sería su brazo derecho.

Partieron dos caballeros en busca de Reinaldo. Pedro el Ermitaño los dirigió a un prudente anciano que habitaba un palacio encantado, y éste les dijo que Reinaldo estaba con Armida en una preciosa isla del océano Atlántico. Una santa doncella los condujo en un barquito de vela desde Palestina hacia el oeste, a través del mar Mediterráneo y del estrecho de Gibraltar, y luego, por el Atlántico, hasta que llegaron a las islas Afortunadas. Por doquier pasaba la embarcación de la doncella, las aguas del mar estaban tranquilas como las de un lago, la brisa era fresca y agradable, y no se veía ni una nube.