La gloria de la conquista de Chile estaba reservada a Valdivia


Esa gloria le estaba reservada a don Pedro de Valdivia, quien, después de seis años de tremendas luchas, penetró profundamente en el territorio chileno y fundó a su paso siete ciudades:

“Coquimbo, Penco, Angol y Santiago, Imperial, Villarica y la del Lago.”

Al verlos llegar montados a caballo -hermoso y poderoso animal nunca visto allí-, y manipulando a su arbitrio el relámpago, el trueno y el rayo -no conocían ni concebían las mortíferas armas de fuego-, creyeron habérselas con seres sobrenaturales, con dioses bajados del cielo.

A poco, salieron de su error: los blancos sólo se diferenciaban de los indios en el color de la piel: eran criaturas de origen terrenal, hombres de carne y hueso, en una palabra, seres mortales como ellos.

Y, entonces, de un extremo a otro de Arauco,

“ardiendo en viva rabia, avergonzados, por verse de mortales conquistados”.

se unieron para sacudir el yugo y aniquilar o, por lo menos, arrojar al invasor del suelo patrio.

Para ello, era necesario proceder a la elección, entre los dieciséis caciques, de uno, aquél cuya suprema autoridad todos se comprometían a acatar en adelante.

Reuniéronse, pues, en consejo con sus respectivas huestes, fuerte cada una de ellas desde dos a seis millares de guerreros, Tucapel, Ongol, Cayocupil, Millarapué, Paycabí, Lemolemo, Mareguano, Gualemo, Lebopía, Elicura, Colócelo, Ongolmo, Purén, Lincoya y un personero de Peteguelén, por hallarse éste impedido de concurrir a la asamblea. Caupolicán sólo participó de ella, como se verá, cuando iba llegando a su término.