La fama del heroico Lautaro ponía en fuga a sus enemigos


Lautaro, araucano de verdad, se cubrió de gloria en numerosos, frecuentes y sangrientos encuentros, mostrándose siempre heroico en grado superlativo; la sola mención de su nombre hacía estremecer de pavor a sus enemigos:

“Cualquier sombra Lautaro les parece, su rigurosa voz cualquier ruido...”

La fama del joven héroe indio, vencedor primero de Juan Gómez de Almagro y después de Francisco de Villagrán, crecía desmesuradamente provocando el pánico, como que determinó el abandono de la importante ciudad de Concepción, que los salvajes saquearon inmediatamente.

Caupolicán, que en reconocimiento de tales triunfos lo había invitado a participar en el consejo que iba a celebrarse en el valle de Arauco, lo recibió tendiéndole los brazos y llamándole hermano querido.

Todos los caciques, en número de ciento treinta, se presentaron vistiendo uniformes de enemigos, rotos o incompletos, pues

“por inútil y bajo se juzgaba el que español despojo no llevaba”;

el general lucía los arreos del desdichado Valdivia, rutilantes de seda, plata y oro.

Cuando la magna asamblea estuvo constituida, rompió a hablar el primero declarando soberbiamente que los araucanos no sólo arrojarían de su tierra a los invasores, sino que, a su vez, ellos habrían de conquistar el suelo español

“y al gran Emperador, invicto Cario, al dominio araucano sujetarlo”.

Su impetuosa arenga caldeó los ánimos de la mayoría, pero hubo quien, como

“el buen Peteguelén, curaca anciano”,

opuso consideraciones tan atinadas como ésta:

“... Mas, como quien lo entiente te prometo, que falla por hacer mucho primero que salgan españoles de esta tierra, cuanto más ir a España a mover guerra”.

Y quien, como el también viejo y no menos juicioso Colocólo, reclamó mayor serenidad en la conducción de la guerra, dirigiendo a Caupolicán esta admonición:

“¡Oh, hijo de Leocán, quiero avisarte, si quieres como sabio gobernarnos, que temples esta furia, y con maduro seso pongas remedio en lo futuro!”