Tucapel da muerte al curaca Puchecalco y lucha contra un centenar de guerreros


De repente, se produjo un episodio espeluznante, del cual fue protagonista el impulsivo Tucapel.

A aquella sazón, el curaca Puchecalco, que como hechicero había consultado las señales del aire, de las aves y de los astros, estaba diciendo, con voz temblona por la mucha edad, que la campaña proyectada resultaría funesta, cuando Tucapel, ciego de furor, le dio muerte con su maza-Al natural estupor siguió una tremolina espantosa: Desde el alto estrado, Caupolicán ordenaba iracundo: “¡Muera...! ¡Muera...!”, mientras como la jauría acosa al tigre, arremolinábanse los caciques contenidos por la pesada maza que el matador lanzaba

“delante, atrás, a diestro y a siniestro...”

Lautaro, que asistía con admiración y alborozo a la homérica pelea de un hombre contra cien, rogó a Caupolicán que disculpara el desacato cometido por Tucapel,

“...pues ha mostrado en campo claramente valor él más que toda aquella gente”.

El general accedió de buen grado y, una vez restablecida la armonía, todos estuvieron conformes, finalmente, en el propósito de restablecer el imperio araucano en su antiguo esplendor, comprometiéndose a luchar por ese patriótico ideal hasta vencer o morir.

Una vez que los pregoneros hubieron puesto en conocimiento del pueblo el resultado de las deliberaciones,

“estuviéronse allí catorce días con grande regocijo y mucha fiesta, ocupados en juegos y alegrías y en quien más veces bebe sobre apuesta”.

Por fin, el fuerte ejército, a cuyo frente iba el propio Caupolicán, púsose en marcha hacia la ciudad de Cautín, o la ciudad Imperial, como pomposamente la llamaban los conquistadores españoles.

El 23 de abril de 1554, hallábanse a sólo tres leguas de la mal armada villa, a cuya escasa aunque aguerrida guarnición se prometían aniquilar, cuando en el momento mismo de lanzarse al asalto vieron, aterrorizados, cómo súbitamente se oscurecía el cielo, y en irresistible torbellino soltábanse la lluvia, el granizo y los cuatro vientos, mientras caían por doquier rayos mortíferos, entre relámpagos cegadores y fuertes truenos.

Felizmente, la furiosa tempestad cesó con la misma presteza con que había estallado. Y en el claro firmamento sobre los apenas mojados campos, aparecióseles una mujer

“cubierta de un hermoso y limpio velo”,

la cual les ordenó:

“-Volved, volved al paso a vuestra tierra, no vais a la Imperial a mover guerra”,

pues esta vez, para castigar su impiedad, en manos de los españoles

“pondrá Dios el cuchillo y la sentencia”.

La celeste visión fuese como había venido, en una nube, y los araucanos volvieron grupas sumisamente, retirándose a toda carrera

“al Valle de Purén, paterno suelo”.